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Un recuerdo y un viejo cuento sobre mi madre
Una madre y su hijo. Foto: centromujer.es.
 

14 de mayo de 2012 | COLUMNA |

Un recuerdo y un viejo cuento sobre mi madre

Por: Víctor Aquiles Jiménez H.

En estas fechas que se ha celebrado el Día de la Madre, con todo lo que significa en su importancia, con un derrame de demostraciones sutiles, de promoción, saludos, reconocimientos y de regalos desde tarjetas y flores a ofrendas mayores de quienes puedan disponer de los medios para hacerlos. He leído de todo, desde pensamientos sublimes, frases cliché, ensayos de filósofos, sobre la "necesidad que tienen las mujeres de ser reconocidas por el acto de ser madres y de imponer una festividad por ello para reafirmarse socialmente". He leído de todo y lo he hecho con atención y a ratos con despreocupación y quizás un poco de cansancio, porque en todos tengo una tendencia a desconfiar precisamente de las palabras clichés, de los moldes genéricos, de las ideas preconcebidas, de las campañas publicitarias y de todo lo que me parezca manejado, articulado o manipulado y por ello me mantengo un poco al margen de no querer hacer o escribir discursos sobre algo tan vital e importante para cualquier ser humano, hablando de nuestra especie solamente, como es la madre, y en el lado contrario, el padre.

Como dicta la naturaleza en todas las especies de animales mamíferos la madre lleva en su vientre el o los hijos, los pare, los cuida y alimenta con la leche de sus pechos, siendo el padre el procurador en esa instancia de lo que haga falta. Evitando profundizar en este detalle quiero hacerlo sí en la vinculación de la cría con su madre, vinculación que si es sana durará toda la vida y será objeto de veneración más allá de la vida en el recuerdo y en fechas solemnes especiales. Siempre me he mantenido respetuosamente lejano de no mostrar efusividad especialmente en esta fiesta conmemorativa al Día de la Madre, por un sentido de no querer parecer un tipo sensiblero porque creo que a la propia madre se le recuerda casi todo los días, por una u otra cosa, por comparación con otras mujeres; quizás la esposa, las hijas o hermanas, o cualidades que se buscan inconscientemente en las mujeres, más si buscan como compañeras "que se parezca en muchas cosas a mi madre" es lo que se piensa. No quiero decir que en el caso de los varones la mujer elegida tenga que hacer todo lo que hace una madre por un hijo, sino por la certidumbre de un amor incondicional, de la fidelidad de la madre al hijo, no porque le planche la ropa y le cocine y cuide, sino por la confianza que otorga la madre por ese lazo amoroso que está ahí sin cuestionamientos.

Mi relación con mi madre fue siempre excelente, jamás recuerdo una mala palabra ni siquiera un golpe, sabía decir las cosas, no necesitaba palabras soeces ni alzar la voz para hacerse oír y respetar y me llamaba la atención que nunca le escuché decir ni mierda, menos otros adjetivos demostrativos vulgares (cosa de la que abominaba) contra nadie. Criada a la usanza de sus tiempos, modulaba bien, y se expresaba con soltura, sin caer en el insulto. Había tenido buena enseñanza, medios y relaciones que le hicieron cuidar sus formas y maneras de ser. Tocaba piano, leía música y nunca perdió del todo sus conocimientos del idioma inglés y lo que nunca dejé de admirar, aparte de su orgullo era su hermosa letra manuscrita como jamás he visto otra, pese a que en mis mejores momentos traté de emular. Letra que tengo el honor de conservar a través de cientos de cartas que me envió desde la primera semana que salí de mi país, hasta el día que dejó de hacerlo, unos cuantos años atrás. Aparte de su primorosa letra no tenía una sola falta de ortografía, se conocía todas las reglas gramaticales y la conjugación y tiempo de los verbos, una maravilla que no puedo dejar de admirar y en matemáticas también era muy buena.

Yo sabía leer ya cuando llegué por primera vez a la escuela, mi madre me enseñó y no sé como aprendí con tanta naturalidad. Era una lectora empedernida, todo lo leía, lo que cayera en sus manos lo sometía a lectura y luego me hacía los análisis. Creo que eso me fue animando a escribir para ganarme su admiración con los comentarios que hiciera luego de leer esos esbozos de poemas y cuentos. Su estímulo fue un acicate para mí porque desde que viví con ella era la primera que me leía y lo hacía en voz alta. Cada palabra, cada inflexión que les daba me hacía apretarme los dedos de las manos para tener su aprobación o sus dudas cuando mis escritos no eran muy claros y estaban mal redactados, ahí entre líneas tachaba y hacía correcciones y me devolvía el papel, una más hojas de cuadernos por lo general. Luego clavaba sus ojos sobre mí y me daba su opinión, por lo general de aprobación y muy alentadora. Sí, de verdad, el apoyo y el estímulo que me dio cuando yo por agradarla y compartir algo mío con ella comencé a escribir poesía y cuentos cortos fue decisivo. Esto fue así por años, a veces ella interrumpía sus propias lecturas, cuando estaba en su cama a resguardo del frío o a la espera de un programa en la televisión en blanco y negro para leer mis manuscritos. A veces me miraba y decía: "Por Dios hijo, ¿cómo se te ocurren estas cosas?" Eso yo lo tomaba como algo positivo, alentador. Una vez que acabó de leer un cuento mío me llamó, me dijo que me sentara cerca de ella, y haciéndome cariño en la frente me preguntó si yo estaba bien, le sonreí y le dije que sí que estaba bien, muy bien, y ella se quedó tranquila. Posiblemente pensó que estaba o debía de estar loco, pero no me preocupé mayormente.

Cuando tuve mi primera máquina de escribir todo se hizo más fácil para mí y para mi madre que podía leerme con mayor facilidad y con más páginas además, y eso me acercaba a un formato semejante a un libro dado el orden con qué escribía mis primero relatos y luego de sus consejos bien acertados comencé a pensar que podría intentar publicarlos. No me costó mucho conseguir que la prensa local lo hiciera y mi madre era la primera en traerme cada semana un diario y lo mostraba a las vecinas llena de orgullo lo que me habían publicado. Mi primer libro la emocionó mucho, como los siguientes que alcancé a escribir y publicar antes de verme obligado a salir del país.

Su admiración hacia mí por lo que escribía, sabía a carta cabal que era sincera conmigo, aunque podría ser parte interesada como madre en lo que escribía y en mi alegría. Sabía también yo que ella era muy inteligente e ilustrada además, como para hacerme alentar falsas expectativas como escritor y fue eso lo que me ha llevado a seguir en este hermoso oficio. Admiro aún más su fuerza, su estoicismo, su amor propio y orgullo, que es lo que imito, porque la vida te exige ser fuerte, tener confianza en lo que haces, y si estás en esto, afrontar sin achacar a nadie si te va mal, asumiendo tu responsabilidad "como hombre" y es lo que he tratado de hacer.

Ella, sin un asomo de duda de su amor mí y mis hermanos, era un poquito fría, besaba poco y abrazaba menos, era como una reina, pero era su modo o enseñanza nada más porque anécdotas tengo de sobra para contar de cuando me defendía o a mis hermanos, ahí se convertía en una leona.

Mi afición por la literatura se la debo a ella y la tradición de contar cuentos orales a los hijos también, porque ella nos hacía dormir a puros cuentos.

Y modeló además mi personalidad con su famoso dicho "distancia y categoría", que no era más que saber poner las cosas en su lugar frente a las personas, y tenía mucha razón.

Debo haber tenido unos siete u ocho años, cuando tomé conciencia de la vida y la muerte y una tarde fijé mi vista en mi madre, joven y bella y pensé que un día podría morir, entonces sentí un miedo espantoso, horrible de que eso pudiera suceder con ella, con un ser tan grande, real y protector como la veía entonces, y tuve un ataque de pánico y lloré y lloré desconsolado en sus brazos, mi madre me calmó y no volví más a sentir ese temor porque sabía que ella jamás podría morir, un ser así no muere.

Cuando llevaba algunos años en Suecia, acuciado por la melancolía y la distancia de la familia y me planteaba mil cosas sobre mi futuro en este país escribí un cuento donde mi madre era la protagonista, lo que en el fondo era un homenaje a su vida, a lo que fue, lo que era entonces y lo que yo anhelaba hacer con ella una vez que regresara a Chile, y uno de esos planes era verme arrimado a su cama leyéndole los cuentos de mis libros hasta hacerla dormir yo a ella, pero eso no pudo ser, no ocurrió, mi madre partió, con la tristeza de no vernos, a mí y un hermano y a sus nietos. Yo no le he hecho mensajes, ni le he mandado flores, pero en mis cuentos y novelas siempre aparece una madre extraordinaria, magnífica, amorosa e inteligente, es ella, sí, es mi madre. Y de verdad, verdad que no se ha ido, que cada cierto tiempo se siente su presencia y que está pendiente de todos los detalles y que por segunda vez estoy si estoy renacido en este mundo es por ella, por sus cuidados y amor eterno.

Este cuento lo escribí hace muchos años, me lo publicó una revista de México llamada A Quien Corresponda y ayer en Literatura Virtual lo incluyeron para coincidir con el Día de la Madre, El corazón exiliado es uno de mis cuentos preferidos y si usted se interesa en leerlo le dejo el link aquí, gracias.


http://literaturavirtual.angelfire.com/VICTOR96.htm

 

 


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