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El hilo del amor en páginas viejas
 
 

27 de febrero de 2012 | COLUMNA |

El hilo del amor en páginas viejas

Por: Víctor Aquiles Jiménez H.

He rescatado desde una caja de cartón, guardado en el sótano de mi departamento donde vivo desde hace mucho tiempo, un viejo manuscrito de una novela que escribí y guardé. Nunca se me ocurrió antes como hago hoy de poner fecha a mis trabajos, porque jamás imaginé que podría necesitar saber con exactitud cuando comencé y terminé de escribir algo. Pero, por el tipo de letra cursiva sé que escribí ese texto a partir de 1978, debido a que tuve una máquina con esas características a partir de ese año.

Con los cambios que he tenido en el tiempo, en lo que fuera de un sitio a otro en mi propio sitio natal, luego de país y de ciudad, esta novela, cuyo nombre no recuerdo, ni a los personajes que me suenan eso sí muy familiares, no encuentro el hilo de la historia que me impulsó a escribirla y me he quedado pensando que tal vez hubiera sigo una gran novela, que se dispersó y perdió toda, en diversos lugares, quedando un manojo de páginas amarillas, desteñidas, llenas de correcciones a mano. Estas mismas incansables correcciones realizadas meticulosamente sobre la espontaneidad de las palabras he querido hacer sobre mi propia vida, tachando aquí y allá, porque no hay nada más simple y vano creer que somos infalibles siempre, que tenemos la razón en todo y que a la primera de nuestras acciones y reacciones damos por hecho que han sido perfectas y correctas. Nada más fatuo e insulso es pensar así. Pero tenemos la oportunidad de ir haciendo correcciones sobre nuestros actos como sobre un manuscrito, en este caso, en el manuscrito de nuestra vida; siempre que tengamos tiempo para revisar lo que hemos hecho.

Recuerdo que puse mucha ilusión en este manojo de páginas amarillentas, que ya eran viejas cuando las llenaba con mis historias, y es natural que diga que, aparte de la ilusión había mucho trabajo de por medio, me veo en una mesa a medias iluminada, escribiendo en mi Gabriela y no puedo decir con certeza que esperaba ver ese trabajo publicado alguna vez, dado el difícil ambiente existente en mi país. Veo con curiosidad que las páginas las escribía por los dos lados para aprovechar el papel y lo hacía a un espacio, eso habla además de mi economía que no permitía el despilfarro. Las circunstancias llevan u obligan a cambiar los planes y hoy resulta hasta posible reconstruir la vida de cualquier persona con la actual tecnología genética que tenemos y por los expertos en historia, independiente del año en que haya vivido, y como haya muerto, pero una novela, un original que se ha esparcido, aunque haya estado terminada, si se han perdido algunas partes, será muy difícil para un autor reconstruirla tres o cuatro décadas más tarde, lo mejor es olvidarla, como un mal amor y dejar esas páginas para el recuerdo de algún coleccionista.

Perseguir una ilusión, querer influir en el criterio de las personas y cambiar el mundo es una labor de toda la vida, por lo demás ingrata y dolorosa. Pero si esto no tuviera alicientes generosos muy pocos se aventurarían a entregarse a un oficio tan fino y riguroso como es el del escritor. Porque -de acuerdo a mi experiencia- para sentirse escritor no bastan los libros que se escriban, sino saber que el mundo necesita los libros que escribimos, sólo ahí, cuando alguien en la calle nos agradece un texto, cuando sabemos que en lugares remotos se forman personas con nuestras ideas, podemos ir pensando que somos autores, que somos escritores, que somos educadores, que somos formadores, que somos maestros.

Me refería líneas arriba que este oficio tiene detalles maravillosamente finos, y los poetas, los verdaderos poetas, esos que aman con palabras, saben que alguien los amará a ellos más allá del tiempo, más allá de cualquier sacrificio y efecto; cuando le lean; cuando reconozcan sus palabras, sus metáforas y parábolas, el tipo de letra y papel inclusive. Un autor, cualquier autor puede sentirse consternado y privilegiado de contar con admiradoras, que le hayan amado, o que le amen hasta más allá de la muerte por un poema, un pensamiento, una novela o un verso dedicado, con una máquina que escribía con la misma letra de esta novela que los avatares de la vida dispersaron, pero no el amor.

Y no hay nada más compensatorio y grandioso para un autor que descubrir que alguien sienta renacer el mismo amor adolescente en su pecho, al descubrir páginas amarillas como estas conservadas y cuidadas precisamente para despertar esos maravillosos sentimientos en las personas fieles que nunca le han olvidado, incluso en otros continentes. Es posible que la admiradora suspire casi al punto del desmayo al descubrir la letra que la hizo soñar en su niñez. Esto compensa a un autor por todas las pérdidas de la vida, incluso de un original completo que pudo ser una obra de arte genial. El amor es una obra de arte superior a todas las genialidades del mundo. Se le puede perder el hilo a una obra que hemos escrito alguna vez, pero lo más hermoso y sublime es hallarle el hilo al amor, ese amor que estaba esperando por uno en algún sitio.

 



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