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Foto en sepia
La madre del autor tenía 15 años cuando fue sacada esta fotografía. Se llamaba Marina Hernández Quezada. La primera a la izquierda era su hermana Adriana Hernández Quezada. Corre el año de 1935. Foto: Privada.
 

30 de enero de 2012 | COLUMNA |

Recuerdo de una foto en sepia

Por: Víctor Aquiles Jiménez H.

Los tiempos que corren con su tecnología es abrumador, especialmente en el campo de la electrónica (palabra en desuso) que nos permite de acuerdo a la cibernética (inteligencia artificial) obtener y guardar información, la que queramos, sin que ocupen más espacio que pequeños aparatos como el popular dispositivo USB, que en el bolsillo o una cartera se puede transportar todo lo que a uno le interesa conservar prioritariamente, manuscritos, por ejemplo, y es lo más indicado para viajar guardando aquello imprescindible para uno. Y por cierto, fotografías, que es de lo que deseo hablar un poco.

Cuando salí de mi ciudad y país, traje en un morral tipo militar mis más preciados libros y autores que me alegraban la vida, era lo único que logré traer como mi tesoro personal. No pensé en las fotografías, podría haber traído aquellas que teníamos en casa y haber sacado copias a las que había visto en casas de mis familiares en sus álbumes. Creí que volvería antes de que mis queridos miembros de la familia se fueran de este mundo, pero no sucedió eso, y poco a poco se fueron marchando, según la ley de la vida esos seres vitales que aparte de sus hermosos recuerdos, no conservo fotografías; no tuve el ingenio y la visión de futuro para ello; tampoco tuve la tranquilidad para pensar en eso y lo he sentido, desde hace tiempo que lo he sentido.

Creí que volvería mucho antes para disfrutar de la familia, de mi madre especialmente para seguir leyéndole mis cuentos y poemas, ya que a ella le gustaba mucho oírme y me alentó siempre. Ahora hay un gran vacío pero es sólo físico porque diría hasta que siento su protectora presencia cuando escribo, y cuando estuve enfermo aquí en este país, tanto en mi departamento como en el hospital me daba hasta agua y comida en la boca, y acomodaba mi cabeza en la almohada, quizás la fiebre, en un delirio me hacía verla, y la visión era muy real. Era la única que estuvo a mi lado noche y día. En fin es lo que puedo decir por el momento.

En este estadio de mi vida me hubiera encantado tener fotografías y reseñar sobre ellas mis impresiones, pero en ese descuido o falta de experiencia al salir fuera de mi país al no haberme traído las fotografías por mí más apreciadas, me permite escribir al respecto para aconsejar a quien me lea, que tenga las suyas a mano siempre, en la memoria de sus PC, CD, USB, o como estimen, porque nunca se sabe cuando se puede salir por largo tiempo o para siempre de la casa, del patio, y de los paisajes propios que uno ha elegido en la patria. Ahora tenemos tecnología para meternos todo el mundo en un bolsillo o la cartera y debemos guardar a nuestros familiares y amigos también para recordarlos en momentos en que necesitemos de ellos.

La fotografía de mi padre pertenecía a su carnet y es la única que tengo de él y aparte del inmenso cariño que nos prodigábamos, nada más tengo aquí, aparte de sus genes y sangre. Las dos fotografías pequeñitas que he puesto aquí de mi madre, venían entre las páginas de un viejo ejemplar que tengo del "Socio" de Jenaro Prieto, genial escritor chileno que admiro desde la primera vez que lo leí. Recuerdo que mi mamá lo leyó también y alguna vez debió marcar la lectura de las páginas donde iba con fotografías que siempre tenía a mano, cosa que solía hacer. Era muy buena lectora y tenía una letra que aún no le encuentro símil con perfecta ortografía, y ella al principio de mi carrera literaria era mi correctora además.

Las fotografías se desprendieron hace años ya de las páginas de "El Socio" y las guardé en un álbum destartalado que tengo por el uso y nunca lo he renovado, teniendo álbumes nuevos y vacíos, ahora las he incluido en estas páginas virtuales para que llenen ese vacío y me permita comparar la fortuna que tenemos hoy de fotografiar todo lo que veamos, tanto lo significante como insignificante, pero mi recomendación es hacer fotografías, todas las que se puedan de aquellos seres que amamos, que son insustituibles y que de pronto, cuando menos lo pensamos ya no los tendremos cerca nuestro nunca más, y pido perdón por haberlo escrito así, como un exabrupto, pero es muy importante.

Volviendo a mi madre, a esa fotografía que el tiempo ha puesto en sepia guarda aún la lozanía de ella y admiro su belleza, la admiro profundamente, como la belleza de su años cenicientos y la belleza final en la que debió haber dibujado con colorete suave su labios para sellarlos con una sonrisa; sonrisa que solía utilizar incluso en los momentos más duros. Siempre sonreía y es lo que yo trato de imitar, esa sonrisa suave y benigna, que es la que imagino que sin duda alguna se llevó.

 

 

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