Logotipo

Portada Suecia América Latina Mundo Multimedia
 
 
Hero
El perrito coprotagonista del cuento, Hero. Foto: Privada.
 

23 de enero de 2012 | COLUMNA |

Siempre hay una primera vez

Por: Víctor Aquiles Jiménez H.

Alguna vez tenía que ocurrirme el accidente, siempre hay precisamente una primera vez en todo, sólo porque me descuidé, a ver, uno; dos; tres segundos apenas, en ese brevísimo lapsus de tiempo puede pasar lo que no ha ocurrido en mi caso nunca. Es la primera vez que lo atropello desgraciadamente, pese a hallarme en mis reacciones automáticas perfectamente entrenado y sincronizado. Esta primera vez me pone en alerta de que pueda volver a ocurrir de nuevo, porque ahora tengo grabado en mi memoria que no soy infalible, que puedo cometer errores como cualquier otro, menos atento y preocupado que yo, porque insisto, mis reacciones y reflejos son exactos y precisos, y me jactaba de eso cuando en mis años mozos practicaba artes marciales, y este deporte hoy, era todavía, un arte y una disciplina esotérica; o como en mi entrenamiento de tiro con rifle era certero, lo mismo que con la batería, baquetas en mano me lucía en la orquesta con solos maravillosos, sin errar ni una milésima de distancia mis golpes dirigidos a las cajas, platillos, solitario, cencerro, timbaletas y chin-chin a toda velocidad y energía.

Y preciso en el dibujo con trazo fino y seguro. Todo eso me otorgaba la seguridad de que jamás podría atropellar a nadie hasta hoy que me he acriminado con mi querido perro y por ello me he sentido profundamente abismado, arrepentido y preocupado de que mis reacciones comiencen a fallar.

Sabía que estaba detrás, lo vi al sentarme y confié como siempre que cualquier maniobra que hiciera mi subconsciente actuaría, y que evitaría arrollarlo y me olvidé del asunto concentrándome en lo que tenía por delante y en eso estuve. Mi perro posee una agilidad envidiable, debido a sus músculos largos y las mezclas que tiene; ya lo he visto dando saltos enormes, como una pantera y trepar árboles ¿curioso no? Lo otro que me daba confianza es que aunque se quedara dormido cerca mío, al sentir el movimiento de las ruedas por mínimos que fueran, en un par de milímetros sus sentidos le harían saltar poniéndose a salvo de cualquier imprudencia.

Pero creo haber exaltado demasiado sus reflejos y músculos, a menos que también esté envejeciendo, bueno, prematuramente, porque esta vez, esta primera, vez no alcanzó a evitarme, porque maldito el instante en que me dio por recular marcha atrás velozmente, cuando nunca había hecho eso, porque sabía que mi fiel animal estaría muy cerca mío y de las ruedas. No sé por qué lo hice, algo me molestó, algo que vi y que no pude aguantar me obligó a retroceder violentamente y frenar de tal manera en seco al mismo tiempo, obligándome esta acción por la inercia de la velocidad a realizar un círculo veloz y brusco en un espacio de unos treinta centímetros más o menos.

En eso, mientras mi espalda se doblada hacia atrás haciéndome doler la columna por la violencia del estúpido viraje, sentí en el aire el ladrido doloroso de mi pobre y querido perro que dormido plácidamente fue sorprendido por mi inesperada maniobra. Lo vi correr hacia el dintel de la puerta y quedó mirándome sorprendido. Se veía bien, tanto sus patas traseras y delanteras no mostraban daño aparente, quizás su cola que tenía ahora entre las piernas, o tal vez sus orejas, pero las movía sin problemas, su hocico tampoco mostraba huellas del inesperado impacto. Me alegré al verle incólume, y me di cuenta que no tenía herida alguna, que estaba entero y que más allá del susto todo quedaba en nada, pero me prometí extremar mi prudencia, mirar hacia atrás antes de retroceder con mi silla de escritorio, cuyas pequeñas ruedas de plástico son capaces de perjudicar las orejas de mi perro si está como suele tirarse al piso a mis espaldas a veces demasiado cerca y relajado. No se merece un amo imprudente.

 

Columnas anteriores

 

La virtud y el pecado, la honradez y la corrupción

Un departamento mágico

Buenos propósitos

Papá no te duermas - Cuento navideño

La infancia en el campo de batalla

Hablemos de una realidad específica - Segunda parte

¿Soñar no cuesta nada? - Primera parte

El origen de una aracnofobia

Apuntes sobre el inconsciente: sueños, tincadas, percepciones e intuiciones



 
 
 
Copyright 2011 © Magazín Latino

All rights reserved.