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Jonás
 
 

02 de abril de 2012 | COLUMNA |

Poesía en tiempos difíciles

Tributo a Jonás

Por: Víctor Aquiles Jiménez H.

Se nos viene la Semana Santa, apenas acabado el mes de marzo, y en estos días festivos que invitan a la reflexión y los recuerdos de tipo espirituales, recordaré a un entrañable amigo, hermano de letras con el que hice un tramo importante de mi vida como escritor y luchador social, en tiempos realmente difíciles.

Si, fue un día de marzo que Jonás, poeta, en plena madurez y con juventud por delante nos dejó Aquí en Suecia me enteré de su deceso y lo sentí y me guardé mis sentimientos hasta ahora. Toda una época y parte de la historia de mi país en lo literario, perdía un buen poeta, a Jonás, o Jaime Gómez Roger (1940-2005), Tabino de adopción y sanantonino por cercanía. Lo conocí a finales de los años 60, me lo presentó un amigo profesor de filosofía Omar Peña Q.E.P.D., muy conocido en su tiempo por su calidad y extravagancia y el pintor y profesor de yoga Waldo Esteban, un chileno casado o conviviente con una norteamericana, o inglesa, a quienes recuerdo vagamente, y vivían en el Tabo o en Las Cruces.

El ambiente en que conocí a Jonás, entonces Jaime Gómez Roger, era artístico, místico y filosófico, adornado con mucho humo, vino, poesía, greda para cerámica y alegría. El inolvidable profesor Omar Peña había comprado un hermoso auto Ford año 1928 color mostaza y ahí salíamos, en ese cacharro bien cuidado y admirado por la gente que nos miraba, mientras Omar, con la infaltable pipa cargada de mariguana recorríamos la costa a recitar y leer poesía, al aire libre, frente al mar en la Quinta Región. Llevábamos poesía escrita en cuadernos, en servilletas, en los bordes de papel de diario manchado de vino tinto y comida, por lo general pescado frito, o cocido, que nosotros mismos preparábamos en nuestros encuentros y pan marraquetas. Los pescados favoritos que teníamos eran los jureles que conseguíamos baratos en San Antonio o en el Tabo, cuando llegaban los pescadores con sus lanchas. Los metíamos al fuego en latones sobre piedras regados con vino blanco o cerveza, con cabeza y vísceras, porque no nos atrevíamos a filetearlos ni meterle cuchilla tampoco, ya que ninguno sabía como hacerlo y una vez cocidos o asados devorábamos con hambre de troglodita como si fueran manjares servidos en hoteles de cinco estrellas.

También en esos días había una efervescencia política de la que nadie escapaba y de la que nadie tampoco quería escurrirse. Nosotros nos sentíamos empapados de esos aires y nos salía la poesía a borbotones con la fuerza de la revolución de las flores, de la epopeya y mística de la revolución cubana, del movimiento político chileno, con las canciones y poesía de protesta. Nadie estaba al margen de esa ebullición y entre tanta fuerza dinámica y lucha por cambios sociales, los poetas y escritores vivíamos esos días conscientes de lo necesaria que era la palabra.

Recuerdo curiosamente, que las palabras de entonces eran ejercidas por jóvenes dirigentes estudiantiles impetuosos; trabajadores y organizaciones sociales. Los poetas y escritores participábamos entre nosotros como en un club de piratas o una cofradía parlante a leer poesía de los clásicos y propia, pero en lugares más tranquilos, en la playa, a orillas del mar, que era lo preferido o en los patios de nuestras casas, a menudo también en los restaurantes y en las peñas, cuando nos invitaban. La palabra política pura y dura; los discursos inflamados, con arengas elocuentes y perfectas, como aprendidos de memoria, los tenían otros, gente que nos dejaban con la boca abierta cuando los escuchábamos en las aulas, en la asambleas políticas, en los desfiles callejeros, en las fábricas, juntas de vecinos, centros de madre e iglesias. Todo, todo entonces, eran mensajes bien construidos de la juventud dirigente de esos días, fueran trabajadores o estudiantes. Los poetas, tanto los consagrados y por consagrar, leían poesía contagiada de lo que se vivía y respiraba, pero no era discursiva como los mensajes casi aprendidos de memoria de los jóvenes de tanto repetirlos con vehemencia, sin cambiar ni una coma ni un punto en todos los sitios del país.

Con Jonás desde el principio tuvimos una relación poética y de amistad entrañable, pero ambos nos parecíamos en la locura por el verso y las letras de molde de los libros, aunque no pretendíamos trascender, ganar premios, ser famosos o aspirar a alto. Lo único que deseábamos era recitar, escribir, sentirse poeta y en cierto modo especial, pero entre nosotros nada más. Participamos en los movimientos de esos instantes históricos en los partido de las izquierdas sin abandonar nunca el lenguaje poético, la metáfora ni la filosofía que era lo nuestro. Cada cual presentaba lo suyo, sus logros, y Jonás siempre nos sorprendía con algo nuevo, un libro artesanal, impreso en Santiago o en alguna imprenta local con tipografía hecha a mano y nos la leía con pasión, en mi caso leía mis cuentos y cada cual hacía lo que le viniera en ganas, y Omar, el filófoso de profesión que vivió en la India un tiempo, nos aturdía maravillosamente con su flauta, de la que era un extraordinario intérprete, y muchos otros, muchos más que participaban con nosotros llevaban sus guitarras, panderos, maracas, cualquier cosa que diera ritmo para bailar y cantar alrededor de la fogata como indios donde teníamos puestas en lata unas machas con queso encima.

Y en el tiempo del Presidente Allende los que teníamos compromiso con su gobierno le poníamos el hombro con ahínco, los que tenían que hacer clases tenían que trabajar duro, más por el afán de responder a la dinámica de entonces con ilusión y esperanza de lograr una sociedad mejor, y había poco tiempo para escribir poesía y para leerla.

De pronto todo cambió, el país dio un giro impensado hacia una dictadura militar auspiciada, respaldada y maquinada por la derecha chilena y USA y llegó el silencio; se impuso el silencio y la noche. Y los grandes discursos de los jóvenes dirigentes estudiantiles y demases activistas desaparecieron en un dos por tres, los jóvenes oradores que nos apabullaban de discursos libertadores y revolucionarios fueron acallados por el terror, algo que no se conocía en Chile de esa manera y desaparecieron también, de pronto la gente enmudeció, perdió la voz, se volvió hosca, indiferente, desconfiada, desconocida, porque nadie parecía reconocerse en las calles y parecían que andaban aturdidos. Me daba la impresión que ni las guaguas o bebés lloraban en las calles, silencio, silencio absoluto, nadie decía nada, nada de nada. Pero lo más importante, en la quinta región no hubo éxodo de poesía ni literatura y, tímidamente al principio, comenzamos a juntarnos respetando el toque en cualquiera de nuestras casas a leer de nuevo pero en voz baja, una vez cumplido el ritual, calabaza, calabaza, cada uno para su casa.

Y se hizo una necesidad juntarnos clandestinamente sólo para leer lo que escribíamos y ahí ya se notaba otra manera de decir las cosas, desde el punto de vista poético y cada vez éramos más directos. Cuando un verso era demasiado bueno lo guardábamos y para no comprometernos demasiado en caso de alguna patrulla de carabineros, investigaciones o de la CNI los quemábamos. Al pasar el tiempo la única voz a nivel del mar y de los cerros era la de la poesía me atrevo a decir que en la Costa Azul desde Lo Gallardo, Llolleo, Barrancas, San Antonio, El Tabo, Las Cruces, siempre hubo poesía y no decayó jamás la creatividad ni el coraje para defenderla.

Jonás era el encargado de buscarnos uno por uno en un auto que tenía gritando por las calles: "¡Eh poeta, salga con la voz en alto!" Era su arenga. Todo el barrio se enteraba que los que íbamos en ese auto a algún sitio. Éramos poetas y nos acostumbramos a ese estilo de hacer poesía y de mostrarla con nosotros mismos en tiempos difíciles.

Jonás no tenía ni sentía miedo, es más, despreciaba los temores y las restricciones y era un transgresor olímpico y teníamos que llamarle a terreno muchas veces porque era osado, cuando la policía nos detenía se ponía a recitar rodilla en tierra y gracias a su simpatía nos dejaban ir, siempre que no nos sintieran olor a alcohol.

San Antonio era mi reducto natal y ahí yo realizaba mi vida y actividades y Jonás en el Tabo, y como todo era casi lo mismo yo no veía rivalidad alguna, ni tenía competencia con Jonás ni ninguno de los otros miembros de la cofradía poética.

Mi afecto y respeto por Jonás me hacían verle como líder, y a mí me gustaba su poesía de mar, paisajes populares, pescadores, gente de pueblo, poetas y poesía, animales y pájaros. Su poesía era libre y espontánea, sublime, llena de emoción y contenido y era respetado en el país, pese a no vivir en Santiago y admiraba su empuje e ingenio para sacar pequeñas tiradas de libros con poemas de manera constante. Tenía mucho futuro en Chile y fuera de él, una vez se acabaran los tiempos difíciles para la poesía.

Varias veces estuve en su casa en el Tabo, compartiendo un rico arroz que preparaba Vania, su compañera con una hoja de fragante boldo ¡qué arroz más rico!

A veces solía caminar con él por la playa y me hablaba que una vez que se estaba ahogando lo salvó un ángel, y esa historia era realmente creíble tal como la contaba. Por eso su seudónimo de Jonás, el rescatado de las aguas. Estaba lleno de ángeles, su poesía era mística y bella y no renegaba de Dios o un Creador Universal, Eso no le quitaba el aire revolucionario ni de luchador social. Es que así eran esos tiempos, todavía no había estratos políticos ni decantamientos tan radicales como hoy que, como placas de mica hay profundas separaciones de todo tipo en el mundo especialmente en lo divino y lo humano.

Jonás era un valiente, sí y se lo llevó la corriente antes de tiempo.

Me acordé de pronto de Jonás, porque guardo en un libro suyo El ángel de la orilla unos papeles de servilletas que, precisamente en un local de la Caleta, en San Antonio, poco antes de que yo saliera de Chile escribió espontáneamente lo que pensaba de mí y tituló entonces: "Aquiles el enamorado del viento". Ahí hasta me compara con un ángel (su obra estaba llenos de ángeles) y le quedó realmente bello y me emociona recordar el momento que lo escribió:

 

Aquiles el enamorado del viento

Lo conocí,

venía de lo hondo del corazón,

de un niño,

era mitad ángel,

mitad nube,

y se llama Aquiles,

aquí está con sus letras

que suben a la tierra,

que nacen como flores

o pájaros

desparramados al viento

y andan por las calles

y vuelan por los techos

como palomas asustadas.

Es mi amigo,

mi fiel contrincante

de musas que nos aman.

A él, a mí,

porque los dos sufrimos ese mal del poeta,

ese dolor de títere,

ese rictus de toni.

Por eso, entre sueños

lo veo, lo vi pasar,

Aquiles Jiménez,

aunque no lo sepas,

voy contigo.

 

Jonás


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