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Navidad
El árbol de Navidad.
 

24 de diciembre de 2011 | COLUMNA

¡Papá no te duermas! - Cuento navideño

Por: Víctor Aquiles Jiménez H.

Mi nombre es Mictor Amiles, y soy escritor, especialmente de cuentos para niños, que durante muchos años, quizás millones de años, tuve la suerte de vivir de ese tiempo casi veinte años en exclusiva, contándole hermosos y fantásticos cuentos a mis hijos, en una época en que todavía no había juegos de Nintendo, teléfonos móviles, Internet ni Facebook, etc. En esos antiguos y maravillosos días, mis hijos, que tenían pocos años de diferencia entre ellos me hacían sentarme a la orilla de la cama para contarles cada noche un cuento, y como eran varones, los personajes debían ser traviesos y juguetones, como le gustan a los niños, un poquito rudos y peleadores.

Todas las noches durante muchos años me daba el trabajo de tener que pensar un nuevo cuento antes de que ellos se fueran a la cama con los dientes lavados. Ahí los encontraba tapados hasta los ojos dispuestos a escucharme. Entonces a los cuentos yo les ponía las palabras y ellos les agregaban las imágenes. Les gustaban mis historias ridículas y absurdas y me encantaba también inventarlas, porque era un reto a mi ingenio y a la lucha contra el sueño, porque solía quedarme dormido en el relato para despertar cuando mis hijos gritaban: ¡Papá no te duermas! Así nacieron personajes maravillosos como Mentirosazo, por ejemplo, un tipo que le encantaba engañar a los niños contándoles mentiras y enredos. Suerte que se me ocurriera crear una serial de cuentos mentirosos, tan mentirosos que no terminaba nunca, como las mentiras que tienen principio pero no final.

Los cuentos eran tan divertidos que desvelaban a mis hijos, por fortuna, luego de tanto reírse se quedaban dormidos, desinflados como un globo de cumpleaños. Lo triste comenzó para mí cuando ellos empezaron a crecer, y aparecieron los juegos de Nintendo. Yo tuve parte de culpa y su madre al regalarles para una navidad a los dos un aparato de juegos y pronto como pájaros dispuestos a llenar el buche con pan picado, ellos comenzaron a llenar sus mentes con otro tipo de fantasía que no era la mía.

También la televisión y los programas infantiles hicieron que no se interesaran más por mis cuentos, así es que me puse a escribir cuentos para otros niños que iba guardando y guardando en una carpeta. Uno de esos lindos cuentos que una niña muy especial me contó una vez se trataba de ella misma cuando era chiquita. Me dijo que la primera vez que se levantó a mirar el arbolito de pascua que sus padres le habían prometido y armado en el living, frente a un ventanal para que desde afuera en las noches se vieran las luces de colores encendidas y de día el sol alumbrara la estrella, mientras ella dormía en su pieza, descubrió fascinada esa mañana que el árbol navideño producía cerezas dulces de noche. Su mamá le había prometido un pino con lindas luces de colores, guirnaldas, copos de nieve de algodón y figuritas de yeso, con ángeles y un pesebre con el niño Dios recién nacido, rodeado de animales y pastores pero no un árbol tan fantástico que produjera cerezas exquisitas.

La niña maravilla probó una y se las comió todas de una vez esa misma mañana. Cosa curiosa para ella, al día siguiente el arbolito estaba lleno otra vez de dulces cerezas de nuevo y la niña se las volvió a comer.

Durante muchos días hasta que el árbol fue retirado la niña se hartó y hartó de tanto comer cerezas del árbol mágico que tenía en su casa. Un día, cuando había pasado la fiesta, y ya no podía ocultar más su secreto, le contó a su mamá que el maravilloso y mágico árbol que habían tenido esos días producía exquisitas cerezas, sacando la conclusión que quizás las cerezas eran para el niño Dios y los pastores, pero la que más comía era ella, dijo riendo.

Su madre la miró con mucha ternura le dio un abrazo y un gran beso lleno de amor y no dijo nada, no hizo ningún comentario sobre el árbol.


Este cuento se lo regalo a todas las niñas y niños que no tienen a nadie que les cuente un cuento; o porque ya están en otra edad; han dejado de ser niños; porque no leen por mil razones; o porque no tienen un papá que les haga soñar o reír con alguna historia de fantasía o real como la que les he presentado y regalado hoy. La inocencia es sana.

Felicidades y a seguir disfrutando de estas lindas fiestas.

A Patricia por la idea, gracias, la comparto contigo.

A Olivia, mi hija.


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