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El Principito
Imágen del libro El Principito. Foto: josemanuelr.tumblr.com
 

14 de noviembre de 2011 | COLUMNA

¿Soñar no cuesta nada?

Por: Víctor Aquiles Jiménez H.

Soñar no cuesta nada, ¿cuántas veces hemos oído esta frase? Pareciera ser así y la aceptamos, sin ambages, como una verdad empírica, como un axioma absoluto, científico e irrefutable, como la roca donde se edifican todas las verdades del mundo. Y esto debe ser porque soñar al dormir, se concibe como parte de los sueños, del mundo onírico e irrealizable, lo que escapa a las leyes de la realidad, física, con sus fenómenos cognoscibles, tangibles y demostrables, en la ambiciosa búsqueda del principio y fin de las cosas; y porque soñar al dormir, es un acto involuntario de nuestra actividad mental que nos trasmite desde el subconsciente los fragmentos de una realidad virtual, hecho que consideramos gratis y que por lo mismo creemos que no cuesta nada.

Soñar pareciera ser entonces parte del inconsciente, del universo de los desterrados de la realidad, de esta realidad que nos consume como una esponja las pocas energías que tenemos para entender la dimensión en que vivimos.

Por encima de todas las apreciaciones que tengamos del sueño y de los soñadores, acabaremos finalmente aceptando que soñar es caro, quizás lo más caro que hay, porque hacer realidad un sueño es algo que no se consigue ni con todo el dinero del mundo. Porque el que siembra en el mundo de los sueños tendrá que cosechar en los sueños sus frutos. Todo un paradigma; sin embargo, los soñadores desean que sus sueños germinen en la realidad, para mejorarla, para embellecerla y humanizarla.

¿Por qué es tan caro soñar, hacer realidad un sueño? Porque vivimos en una sociedad que por cultura se empeña es hacernos creer en la realidad y a demostrárnosla. La realidad es aquella parte que percibimos con los sentidos básicos que tenemos, en una sola dimensión, en una sola verdad, en una sola dirección. Nos enseñan, nos adiestran a ser realistas, a memorizar conocimientos, a realizar combinaciones con números y a solucionar obstáculos inmediatos, temporales y futuros. Delegan en nosotros y en los que vendrán conceptos y abstracciones de las que nunca dudaremos y a las que no dedicaremos ni un minuto de nuestras existencias a cuestionar, porque son verdades empíricas, probadas y estas verdades reales no se cuestionan.

Cuantas veces podemos haber oído: "discúlpame yo soy realista" o "hay que ser realista". Negarse a ser realista es colocarse en el sitio de los pocos realistas, de los ilusos, de los soñadores, y, en el mejor de los casos, de los idealistas. Y la sociedad rechaza y discrimina a los que no son realistas y peyorariza con ellos. Y así funciona la sociedad ajena a la importancia que tiene el polo opuesto a la realidad. Jean -Paul Sartre dijo una vez: "Quien se atreva a decir la verdad será derribado en la vía pública." Con esto se estaba refiriendo a decir aquellas verdades que no han de decirse realmente.

Si todo tiene dos polos y nadie niega como verdad científica esto, por ejemplo: negro, blanco, positivo, negativo, norte, sur, bueno, malo, sabio, necio, día, noche, etc., la realidad tiene su contrario, pero no aceptamos la irrealidad, por alguna razón poderosa. No aceptar que existe la irrealidad significa que vivimos siempre en un solo polo, quebrantando la ley de la polaridad universal. Obviamente de un polo a otro polo habrá muchos matices que conocer.

Y nuestra realidad vemos que se forja con los mejores hombres y mujeres, con los más capacitados y dotados física e intelectualmente. La realidad se construye con tecnologías, con medios materiales, trabajo, esfuerzo y mucho capital, para pagar toda la tecnología, los medios materiales, el trabajo, el esfuerzo y la más preclara inteligencia humana empleada, pasando a ser el capital el principal recurso para construir y proyectar la sociedad, y su realidad.

Cuando vemos que un soldado, en cualquiera de las guerras del mundo actual, apunta su arma contra un niño que corre detrás de su padre caído en una calle humeante, todos sabemos que esa arma tiene una serie de fábrica, es un arma legal de una fábrica que factura miles de millones de dólares, o de las monedas fuertes que existen. En las fábricas de armas laboran los mejores expertos, ingenieros, proyectistas, diseñadores y trabajadores cualificados de los países desarrollados productores de herramientas de combate. Y los mejores, los más aptos y cualificados ignoran la realidad en que participan, son inocentes de que mueran niños, no tienen conciencia de las escenas pavorosas e infernales que sus mentes privilegiadas crean. Pueden dormir tranquilos, porque solamente tienen una realidad, un solo polo de ella. Sus hijos crecerán y estudiarán y harán vidas tranquilas. Ellos habitan casas, tienen vehículos, enseres domésticos, comen, porque toda una cadena, trabaja para ellos, como para nosotros también. Por eso cuando el soldado apunta bien, seguro de no errar el tiro, porque la extraordinaria mira telescópica y el sofisticado rayo láser hacen imposible fallar, es la sociedad la que aprieta el gatillo con tan buena puntería, es el mundo el que asesina, el soldado sólo cumple órdenes, él no tiene idea por qué aprieta el gatillo. Él está condenado a enloquecer, nada más cuando sus pies aparten las carnes que ellos han deshecho. Cuando el niño cae abatido y destrozado por el disparo sobre el cuerpo de su padre, madre o hermanito ¿quién es el culpable? ¿El soldado, el fabricante de armas? ¿Los que los alimentan, los que ven las noticias impasibles, etc? Es la sociedad real y toda su inmensa cadena la que le mata y probablemente nosotros tengamos las manos manchadas de sangre. Y en esta realidad sin polo, posiblemente nos corresponda ser víctimas alguna vez, si no hacemos nada por cambiarla.

La historia está llena de pioneros que soñaron y pagaron con sus vidas por ello. ¡Gloria a los
ilustres pioneros! dijo un día el gran escritor francés Romain Gary. Sin ellos no hubiéramos
avanzado ni evolucionado. Cada uno de nosotros conoce a más de algún ilustre pionero.

La realidad sin su otro polo, que es la irrealidad nos lleva a pensar que vivimos siempre las mismas historias, los mismos hechos y sucesos, lo que nos impide hacer grandes cambios y evolucionar porque el lado opuesto de la realidad no está en funciones, porque no hay capital, tecnologías, ni medios, ni esfuerzos ni trabajo para explotarla y obtener de ella beneficios para el género humano, y la naturaleza. Es como si viviéramos en días o noches perpetuas, dependiendo de la luz solar para distinguir el tiempo. Al negar a la irrealidad, impedimos al mismo tiempo el natural equilibrio entre las cosas y el movimiento de rotación que ejercen los polos al atraerse y repelerse.
Pero la irrealidad existe, y a veces la aceptamos a medias como metafísica, algo relacionado con una parte de la filosofía humana que del mundo y universo. Seres irreales también hay y los encontramos en las obras de ficción y entre los soñadores e idealistas y terminan por convivir entre nosotros como si siempre hubieran existido. Los primeros, los seres de ficción terminan por hacerse reales como don Quijote de la Mancha: "Los únicos seres reales son los que nunca han existido", escribió Oscar Wilde, y los idealistas acaban por hacer alguna vez realidad sus ideales, sea el campo que sea que hayan escogido para soñar. Mas, en el momento que les corresponde vivir suelen recibir el duro castigo de la sociedad real, porque pareciera ser incompatible vivir soñando e idealizando.

FIN DE LA PRIMERA PARTE


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El origen de una aracnofobia

Apuntes sobre el inconsciente: sueños, tincadas, percepciones e intuiciones



 
 
 
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