Logotipo

Portada Suecia América Latina Mundo Multimedia
 
 
La casa de la esquina

Acuarela de Víctor Aquiles Jiménez Hernández.

 

31 de diciembre 2014 | COLUMNA |

La doctora alemana

 

Columna de fin de año 2014, sin olvidar el año 1914 y su historia a través de un relato real.

 

Por: Víctor Aquiles Jiménez H.

 

Era demasiado niño cuando escuchaba a mi madre hacer referencia a la doctora alemana que vivía recluida en su casa cerca nuestro, y no lo suficiente avispado en la juventud para haber requerido mayor información de ella, quizás el miedo era el que frenada mi interés por requerir detalles sobre su misteriosa vida. Como mi madre era buena para contarme y leerme cuentos clásicos, siendo el mayor de todos mis hermanos, que disfrutaron al igual que yo después de su talento, me parecía un cuento más de los tenebrosos que nos leía de los hermanos Grimm, alemanes, con la salvedad que la historia de la doctora de la misma nacionalidad era real, y ella, vivía muy cerca. No sé por qué imaginaba que podría ser una especie de bruja come niños. Creo haber escuchado a mi madre mencionar su nombre o apellido más de una vez, pero como ya dije, jamás los recordaré, por no haberlo grabado en mi memoria, porque era alemán y me atemorizaba que existiera alguien tan extravagante, de origen extranjero, y tan cerca de nosotros que no se dejaba ver.

Mi madre fue una de las primeras voluntarias de la Cruz Roja de mi ciudad natal, prestando servicios durante años. Con orgullo recuerdo unos enormes diplomas con su nombre, a toda honra para mi familia y una orla donde salía con sus compañeras de entonces. Bien, la doctora, según hago memoria, por la fecha de los diplomas de mi madre, correspondían al año 1945, lo que significa que mi madre debe haber servido a la institución hasta 1942, dos años antes de que naciera yo, por lo que en esa fecha debe haber aparecido la doctora alemana o quizás llegara en los años 40 o en los 30, eso es lo que no sé, pero es por eso que escribo esta columna. Recuerdo que mi madre hablaba de ella con reprimida admiración, diciendo que era una excelente profesional, tanto en la atención a la gente que se trataba en la institución como en la enseñanza, y que era alegre, debemos suponer que hablaba español o inglés para darse a entender, porque mi madre no hablaba alemán, pero sí podía hacerlo en la lengua de Shakespeare, don que yo no heredé, pero sí, la capacidad de contar cuentos y de escribirlos.

En los años que estoy describiendo el mundo se hallaba en plena y catastrófica guerra mundial, la segunda, en los años 40 del siglo pasado, derivaba de la primera gran guerra mundial, iniciada el año 1914, del que este en este año 2014 que se va, se han cumplido 100 años. Siempre he pensado que la doctora alemana pudiera haber ejercido su profesión en esa fecha en su país y que puede haberse enrolado en la Cruz Roja Internacional para abandonar Alemania, horrorizada de lo que estaba sucediendo en su patria. Es posible que conociera de cerca el espanto de la guerra y quiso escapar de tal pesadilla lejos, lo más lejos posible; bien, puede haber sido que haya trabajado para su país y estuviera encargada de organizar muy lejos las tiendas de enfermerías y hospitales en caso de extenderse los combates a Chile, de llegar los alemanes en sus temibles barcos, submarinos y aviones, al puerto de San Antonio, mi ciudad natal, y no era una disquisición quimérica, porque los alemanes, como los ingleses, navegaban muy cerca por El Pacífico enfrentándose además por entonces. Sabía mucho yo de eso a los 10 años, porque en la casa de mi abuela paterna se hacía sobremesa en donde los mayores hablaban de la reciente y pasada segunda guerra mundial con lujo de detalles, asunto que yo no me perdía escuchando con la boca abierta. Pero con la doctora alemana encerrada en las paredes de una pequeña casa envuelta de sombras y pintura desteñida de color ocre por fuera en el fin del mundo daba como para pensar, y es lo que yo hacía, pensar demasiado en ella. Hacía tantas especulaciones como daba mi imaginación para justificar su encierro. Se me ocurría que tuviera sangre alemana e italiana por ejemplo; o española y alemana, claro; japonesa y alemana, porque eran los aliados del llamado Eje. Lo otro, es que fuera alemana judía, y de ser así esto le provocaba un perturbador sentimiento que le pudo producir una psicopatía y paranoia que le llevó a encerrarse en una casa pequeña y no salir jamás, lo que exacerbaba mi imaginación y temor. Todas estas lucubraciones eran suposiciones mías al no poder atar cabos verdaderos y por no animarme a preguntarle más detalles a mi madre, que a decir verdad, me infundía temor. Lo otro puede ser que, una vez acabada la guerra y derrotado el ejército alemán y enterada de todo el horror que los nazis cometieron, tuviera miedo a algún tipo de represalia, al ser sindicada como alemana, por lo sucedido en su lejana patria. No sé, solo especulo, no tengo nada a que aferrarme para desarrollar estas teorías que planteo aquí.

 

No recuerdo haber comentado con nadie en mi niñez que a pocos metros de mi casa, desde mi patio atravesando un gran patio, propiedad de mi abuelo, podía llegar por un pasillo a la calle en la que se hallaba entre otras viviendas, la casa de la doctora. De manera forzosa debía pasar frente al frontis de la casa y sin apenas mirarla caminaba a tranco largo, sintiendo como clavada a mi espalda una mirada misteriosa, aunque sabía que eran figuraciones mías. En ese tiempo, al menos en mi niñez, había estufas a parafina, que era lo más moderno, siendo los braceros con carbón de espino y otro blanco, como le llamaban, y sijo, un carbón de espino molido que duraba bastante encendido, los preferidos para calentar las casas desde el punto más tradicional. El carbón de piedra o koque, y la leña de espino se utilizaban en las llamadas cocinas económicas. Aquellos combustibles fósiles y naturales se vendían en los boliches cercanos a la casa de la doctora alemana, por lo tanto me veía obligado a pasar cada vez que me mandaban por el frontis de su casa que, por lo general, tenía las ventanas cerradas todo el tiempo. ¿Cómo calefaccionaría en invierno su casa la doctora si no salía? ¿Quién le haría las compras? Nadie en el barrio la había visto salir ni entrar nunca, pero sabían que alguien habitaba la casa. Tampoco al oscurecer se veía alguna luz encendida. Una tarde, con un par de prismáticos que conseguí con un viejo vecino aficionado a la caza me fui a las faldas del cerro para espiar el patio de la casa de la doctora a unos 500 metros o más, y no veía nada, ningún desorden que llamara la atención, ni cuerdas para extender la ropa, ni artesa para lavarla, como tenían todas las dueñas de casa, tampoco veía el clásico tambor para juntar agua, ni gallinero, ni gato o perro...¡nada!, era como si no existiera, ¿y si no existiera la famosa doctora alemana? Estuve horas apuntando las lentes hacia el patio, barriendo el barrio en panorámica, veía clarito a todas las personas que hacían sus vidas sin pensar que las estuvieran espiando, me sentía con cierto poder divino, o algo parecido..., pero la doctora no movía nada, si siquiera las sombras; por lo visto, no tenía pozo séptico, lo que significaba que tendría baño en el interior de la casa, aunque la población no estaba urbanizada para todos, algunos disponían de baño en casa y la doctora, acostumbrada a las comodidades y adelantos de su país, lo primero que debió de haber considerado en esa casa es que contara con baño, alcantarilla y agua potable en cañería. La casa siempre cerrada se veía lúgubre y desde la distancia, el patio parecía deshabitado, así es que me convencí de que allí no había nadie y que tal vez la doctora haya vivido en otro momento y que la posibilidad de que se fuera de ahí, de ese barrio popular era lo más probable y como vivía sola se fue de noche, cuando nadie la viera o de madrugada a tomar el tren a Santiago, de donde me parecía posible que fuera.

 

Volví, como que no quiere la cosa a preguntarle a mi mamá si sabía algo más de la doctora, esa que ella conoció en la Cruz Roja. Mi madre no aportó mayores detalles de los que ya me había dado en mi salida de la infancia, y le hice saber que tal vez haya partido o quizás muerto, pero se encogió de hombros diciéndole: «Mira hijo, si quieres salir de dudas, pasa por su casa, toca el timbre y cuando te abra, saluda y dile que eres hijo de la Marina Hernández, de la Cruz Roja, que le llevas saludos míos y que te ofreces para las compras». Como es de suponer, nunca me atrevería a ir a golpear esa puerta siempre cerrada, al menos solo, hasta que conseguí que otro chico del barrio lo hiciera por mí, mientras nervioso, dispuesto a salir corriendo de ahí le observaba. Pese a los golpes de mi amigo, incluso con un objeto sacado de su bolsillo, la puerta no se abrió, ni se movieron las cortinas de las pequeñas ventanas con barrotes. Mi amigo volviéndose a mí con un gesto en la boca me dijo que no debía de haber nadie en esa casa misteriosa, preguntándome por mi interés. Para no quedar como tonto, un tonto curioso, me dio por contarle una estúpida historia sobre la posible moradora de la casa diciéndole que era una doctora alemana que había escapado del régimen nazi porque la obligaban a realizar experimentos horripilantes con los prisioneros. Ante la impresión de incredulidad de mi amigo seguí con la mentira. Le dije que ella había escapado de un submarino alemán en un puerto chileno, sin que lo detectaran, ella tenía que espiar, sin embargo, lo que quería era escapar y fue lo que hizo, como tenía sus documentos de médico contactó con la Cruz Roja Internacional y como era rubia y alemana, tal vez bonita, no tuvo problemas en rehacer su vida, aprendiendo el español que mezclaba con el inglés y trabajando para la institución y así llegó al puerto de San Antonio.

La historia parecía creíble y mi amigo se mostró muy interesado en conocerla, pero para que no se hiciera ilusiones le advertí que de todas maneras ella podría ser peligrosa, porque se estaba cuidando de todos para que no la delataran, y era por eso que no salía ni contestaba al timbre ni a los golpes en la puerta. Me salió tan verosímil la historia que casi yo mismo me la creo. Mi amigo no hizo más preguntas y no creo que jamás haya llamado a la puerta por su cuenta. Lo que es yo tampoco y menos una tarde que, envalentonado pasé por frente a la casa y creí ver por el rabillo del ojo que una de las eternas cortinas se movían de manera imperceptible. ¡Me observaban desde dentro de la casa! Un escalofrío recorrió mi columna vertebral y sentí que todos los vellos y pelos de mi cuerpo se erizaron. Tal vez fuera imaginación nada más, que me haya parecido. Me detuve a tres pasos de la ventana con el corazón latiendo fuerte y me volví despacio hacia la pequeña ventana de barrotes con cortinas negras. Pero nada se movía, así es que recurriendo a toda mi valentía, que no era mucha, a mediodía y porque andaba gente, me acerqué a mirar, estaba concentrado en eso, cuando desde adentro escuché una voz ahogada, como de una persona mayor que decía: «¡Joven, joven, joven!» De pronto me vi corriendo calle abajo hacia mi casa, volaba más que corría por sobre los adoquines de piedra llegando casi sin aliento a mi hogar. Me pareció escuchar a mis espaldas una voz ronca como la que impostaba mi madre cuando contaba el terrorífico cuento Los tres pelos del diablo, de los hermanos Grimn: «¡Huele a carne humana aquí!», no sé por qué esa frase me causaba tanto temor y me hacía correr despavorido hasta que pude entrar en razón y detenerme. Claro, mi imaginación y el miedo hicieron el trabajo, pero estaba seguro que había escuchado una voz apagada desde el interior de la casa que dijo: «¡Joven, joven, joven!». Entonces, como era mediodía, había mucho sol y gente en la calle y veredas, y haciendo un esfuerzo me devolví sobre mis pasos, lento pero con decisión a la casa, deteniéndome frente a las ventanas, ambas seguían con sus cortinas oscuras tapando los cristales sin encontrar muestra alguna de que alguien estuviera mirándome y respirando detrás de ellas y haciendo acopio de fuerzas fui a la puerta y apreté el viejo timbre herrumbroso sin saber si sonaba adentro o no, hasta que decidí golpear con los nudillos la vieja madera descascarada de pintura. Nada, como siempre, la casa parecía abandonada.


Me costaba pensar que la voz que escuché fuera invento mío, producto de mi mente, del temor y envalentonado recorrí un pasillo que había que la separaba de otra vivienda, felizmente habitada para mirar al interior del patio. Lo hice con recelo y el patio estaba vacío, tal como lo había visto con prismáticos. Regresé con la convicción de que en esa casa no vivía nadie, menos una doctora alemana que huyó de los nazis siendo jovencita, espantada de los horrores de la guerra y de su pueblo enajenado con ideas y métodos terribles como la cámara de gases, en la que mataban al pueblo judío. Quizás ella, escapó con sus padres, siendo una jovencita doctora, llegando a Chile, pero vivía sola ¿y sus padres? Tal vez logró escapar sola en un submarino, tal como él había inventado a su amigo y en un descuido, cuando el sumergible arribó a las costas chilenas escapó a salvo, sabiendo que de ganar la guerra los alemanes nazis la buscarían y la mandarían a las siniestras cámaras de gases. Yo no paraba de pensar y al mirar los certificados que mi madre en su habitación lucía con orgullo de la Cruz Roja Chilena fechados en el año 1945, entonces ella, mi madre, tenía 27 años y su ingreso a la institución fue a los 18 años en 1936, y por esa época debe haber conocido a la doctora que puede haber tenido máximo 25 o 26 años o quizás más, pero mi madre siempre sostuvo que era joven. Como quiera que sea, estaba al tanto de los acontecimientos de la primera guerra mundial, iniciada en 1914, siendo un niña de escasos 7 años, pero al iniciarse la segunda guerra mundial en 1939 mundial tendría 32 años. Me resulta complicado especular de su edad tanto de como llegó a Chile, de si era ya doctora o si estudió en Chile, proviniendo de una familia alemana afincada en el país, pero entonces no sería alemana, sino chilena, aunque sus padres lo fueran. Lo único que tengo claro, es que era alemana y médica y que luego de servir en la Cruz Roja Chilena en mi ciudad natal desarrollo un tipo de neurosis esquizofrénica relacionado con un delirio de persecución que la hizo recluirse de por vida en una vieja casa de donde no volvió a salir jamás.

 


Ha pasado ya mucho tiempo, soy un hombre mayor, el niño y el adolescente es pasado, como el recuerdo de mi señora madre y de todos los personajes que he mencionado en este relato. Tampoco la ciudad es la misma, todo ha cambiado, tanto por los terremotos, como por la reestructuración y modernización de la ciudad y porque yo he estado lejos durante décadas fuera de mi país e ignoro si la casa a la que he hecho referencia en la que vivía la doctora alemana siga en pie. Empero, al pensar en mi sector y barrio, imagino esa casa cuadrada, color café oscuro o marrón, con dos pequeñas ventanas con barrotes a la usanza de principio del siglo veinte y una puerta al centro del mismo color de la casa, con un timbre que no chirriaba. No creo que esté, y me pregunto qué habrá sido de la doctora alemana, cuyo nombre nunca supe, y nunca le pregunté a mi madre que sí lo sabía. Pero las preguntas hasta el día de hoy me asaltan como ayer ¿por qué se ocultaba? ¿sufría de paranoia? ¿esquizofrenia? Siendo ella misma medico ¿lo sabía? ¿dónde nació? ¿Huyó de Alemania de los horrores?¿Sentía vergüenza de ser alemana? Me asaltan las preguntas y siento bochorno de pensar tantas cosas relacionadas con la guerra y los crímenes que se cometieron a principios del siglo veinte en las dos guerras mundiales, donde los alemanes fueron protagonistas extremando su rol en la segunda al volverse fascista. ¿Era la doctora una persona inteligente y sensible que no pudo aceptar el destino desgraciado de su patria que le hizo sentirse tan avergonzada como humillada y eso la obligó a esconderse? No, ya no lo sabré, pero gracias a mis recuerdos y dudas he podido escribir una minúscula parte de su historia, inventando parte de ella, esperando con inocencia en el alma, que esta señora, esta dama, no haya muerto sola, olvidada, llena de tristeza o terror.

Me queda claro que aparte de los millones de víctimas que dejaron las dos grandes guerras en el mundo a partir del fatídico año 1914 del que en este año que se va ya se celebraron 100 años, muchas víctimas que podríamos llamar colaterales como la historia que he relatado, fueron producto del espanto que vivió la humanidad en su locura colectiva, esta locura que debemos de evitar porque el mal que la incuba persiste. Los nacionalismos, el fascismo y el racismo, son «ismos» negativos a la pervivencia de la raza humana porque no encierran nada que contribuya al desarrollo intelectual, moral y ético de la sociedad humana, es más, al contrario, es un retroceso. ¿Hay formas de prevenir? Creo que sí, no olvidando, rescatando de la historia los acontecimientos nefastos para impedir los nuevos rebrotes de odio, de violencia, de desprecio y muerte, y esto debe tratarse en las aulas a temprana edad. No es sencillo, por supuesto, sin voluntad nada lo es, pero por algo se escribe la historia, no para que se conviertan libros que llenen anaqueles y luego, en caso de violencia impuesta por algún régimen totalitario sean pasto del fuego, como ha solido ser muchas veces en en largo peregrinar de la sociedad en su angustioso y difícil camino a una sociedad evolucionada, solidaria y pacífica.

No hay que esperar que la historia y los hechos más desgraciados y espantosos se repitan, aunque veamos que nuestra Tierra, en algunos sitios, la vida humana no valga nada. Hay que contar la historia una y otra vez aunque nos parezca que de nada sirve.


Por todo lo que he escrito, sobre que la historia se repite, nadie mejor que el gran y genial escritor francés Romain Gary lo describe mejor que él en el cuento La historia más vieja del mundo en su magnífico libro Gloria a los ilustres pioneros. La historia tiene tres personajes: Shonenbaum, Gluckman y Schultze, todos alemanes, siendo los dos primeros de origen judío, de profesión sastre, y el otro un perverso torturador y comandante S.S. de un campo de concentración donde los tres convivían. Shonenbaum, se había prometido a sí mismo, en caso de salir con vida del campo de concentración –lo que parecía imposible–, era de irse a Bolivia, para desde muy lejos rehacer su vida como sastre, que era su profesión. Y eso fue lo que hizo cuando llegaron las tropas norteamericanas produciéndose su providencial salvación. Al cabo de algunos años, en la Paz, Bolivia, con esfuerzo y constancia logró hacerse de una posición con su sastrería. Le gustaba ver pasar a los indígenas con sus llamas, animales fuertes y hermosos que en Alemania no existían. A veces salía al paso de las caravanas para acariciar el pelaje de estos bellos camélidos sudamericanos cuando pasaban cargados con sus dueños a la vera. Una vez le llamaron la atención unos pies descalzos de un hombre delgado y alto, cuya contextura y apariencia, a pesar de ir vestido a la usanza de los aldeanos, no parecía uno de estos. Cuál sería su sorpresa al descubrir a un viejo compañero del campo de concentración ¡Gluckman!, que hizo como que no le reconoció. ¡Parecía increíble que estuviera en Bolivia y en esa situación como un perdido pastor en las montañas del fin del mundo! Luego de gritar su nombre varias veces, viendo que éste le ignoraba, sin mirarle, con el rostro compungido que dejaba entrever las penurias de esa nueva vida que debía soportar, sin dientes, macilento y desgarbado, terminó reconociendo que era Gluckman. Estaba asustado todavía, como viviendo en el pasado en los horribles días de la guerra, en el campo de concentración y las cámaras de gases. No pudo Shonenbaum, convencerle que la guerra la había perdido Alemania, que Hitler estaba muerto y que Israel era un estado, que tenía hasta un ejército y un presidente de nombre Ben Gurion, a lo que Gluckman moviendo la cabeza con desconfianza y una sonrisa astuta se negaba a creer, riendo como si le tomaran el pelo. Le costó convencerlo de que trabajara con él como sastre ya que como él era sastre de profesión. Al cabo de un tiempo pareció adaptarse a su nueva vida. Shonenbaum se percató que Gluckman salía por las tardes, luego de su trabajo con un paquete de comida fría para algún sitio, intrigado de que hiciera eso todas los días, en completo misterio, una noche le siguió sin que se diera cuenta a un lugar apartado donde había una vivienda destartalada casi en penumbras. Entró detrás de su compañero sin que se diera cuenta, sigiloso para descubrir que en un subterráneo estaba sentado a una rústica mesa, como esperando su comida y ser atendido, el ex comandante y verdugo del campo de concentración Schultze, que miraba con desdén y desprecio a Gluckman que solícito ponía sobre la mesa la comida y cerveza. Shonenbaum, apenas pudo dar crédito a lo que veía en la penumbra apenas iluminada por una mortecina vela.

«Luego Shonenbaum oyó su propia voz, que le costó reconocer:

–¡Te torturó todos los días durante más de un año! ¡Te martirizó, te crucificó! Y en vez de llamar a la policía le traes comida todas las noches. ¿Es posible? ¿Acaso sueño? ¿Cómo puedes hacer eso? En el rostro de la víctima se acentuó la expresión de astucia profunda y del fondo de las edades se alzó una voz milenaria que hizo que al sastre se le erizara el cabello y se le oprimiera el corazón: Me ha prometido ser más amable la próxima vez».

 

*****

Este resumen del magistral cuento de un escritor de la talla de Romain Gary, nos alerta de que la historia puede repetirse, y creo lo mismo, y una manera de no caer en la repetición de tales errores consiste en no ignorar la historia, sino que recordarla para evitar aquello que no puede ni debe volver a repetirse, ojalá nunca más, para eso se escribe la historia, para aprender de ella.

 

 


*
Víctor Aquiles Jiménez Hernández

En noviembre del presente año fue nombrado Embajador de la Palabra por la FUNDACIÓN CÉSAR EGIDO SERRANO y EL MUSEO DE LA PALABRA.


 


 

Columnas anteriores:

 

Jesús de Nazaret

La obsolescencia programada

Jesús hijo de Dios, hijo de mujer y de hombre

Tropezar con las mismas piedras

Un alegato sobre el año 1914 y el 2014 y saludos

De sirios a troyanos, de griegos a romanos

Algunas palabras sobre el libro Josef Kinski y la muerte - de Merkel Garay

El ojo de Dios y la figura de Gran Hermano

La paz en la Tierra, ¿una utopía?

Las regresiones

¿Cuando un libro tiene categoría de best seller?

Trago en la copa

Votación por derecho constitucional

La resurrección del mensaje

"Todo hombre tiene su precio"

7.852 días

Una luz en el corazón por el alma de Amanat

Maribel y la luna - Cuento navideño

Entre la razón y el corazón

Un OVNI sobre mi casa

La necesidad de repetirse

La voluntad apasionada

De Maestros e Iniciaciones

12 de octubre: Día de la Raza

El trabajo y la ley universal del movimiento perpetuo

La búsqueda del placer perpetuo

Mores, usos y costumbres en la aldea global

Un premio, una canción, un cuento, una gratitud

Evocación del 11 y el 18 de septiembre

¿Crímenes sin castigo?

Cuento: El peuco

Paperback Writer. Escritor de novelas - Seres marginados

Reflexiones sobre el machismo y los crímenes de género

Todo está escrito, 3 de junio, año 1964

Profetas de calamidades y pensadores positivos de futuro

Un recuerdo y un viejo cuento sobre mi madre

Carta abierta a Isabel Allende Bussi - el derecho a voto

De un rey a otro rey

La guerra de los viejos y el FMI

La naturaleza del perro

Poesía en tiempos difíciles - Tributo a Jonás

Tema: psicópatas en serie

¿Es posible la creación del hombre-planta, que se alimente solamente de luz solar?

A un año de la catástrofe en Japón

¿Las blancas estelas de humo en el cielo es una señal de la guerra "psicofísica?"

El hilo del amor en páginas viejas

Los senderos de la vida y los recodos del alma

Realidad lo soñado

Recuerdo de una foto en sepia

Siempre hay una primera vez

La virtud y el pecado, la honradez y la corrupción

Un departamento mágico

Buenos propósitos

Papá no te duermas - Cuento navideño

La infancia en el campo de batalla

Hablemos de una realidad específica - Segunda parte

¿Soñar no cuesta nada? - Primera parte

El origen de una aracnofobia

Apuntes sobre el inconsciente: sueños, tincadas, percepciones e intuiciones

 


SI UD. TIENE ALGUNA CONSULTA QUE HACER, ENVÍENOS UN CORREO ELECTRÓNICO CON SU INQUIETUD A: magazinlatino@gmail.com CON COPIA A: editoraaliaga@gmail.com Y ESTÉ ATENTO/A A LA RESPUESTA EN NUESTRA PRÓXIMA EDICIÓN.


 
 
 
Copyright 2013 © Magazín Latino

All rights reserved.