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Anna Berglund y Fredrik Reinfledt

Elisabeth Åsbrink . Foto: Svt.se.

 

29 de octubre de 2012 |COLUMNAS |

La sangre y la tierra continúan caracterizando la imagen de lo sueco

Fuente: DN 28-10-2012/ Peter Wolodarski. Traducción: Magazín Latino

Es difícil vivir con otras personas. El reto está en afirmar que nadie tiene una identidad única o lealtad.

Durante su infancia a la periodista y escritora Elisabeth Åsbrink siempre le hicieron la misma pregunta:¿De donde eres?

"Cuando respondía verazmente Örgryte, mi lugar de nacimiento, me hacían la siguiente pregunta: pero ¿en serio?. Me veía como extranjera", contó ella en un artículo en la sección cultura de DN del 9 de agosto.

Su abuelo materno venía de Thessaloniki, sus antepasados de España, su abuela materna era originaria de Hessen, en Alemania.

No son antecedentes que garanticen pelo rubio y ojos azules.

Elisabeth Åsbrink se consideraba a si misma sueca, pero la reacción del medio la hizo abandonar la idea de un "nosotros" conectada a la nación.

Uno de los debutantes literarios de este otoño, Golnaz Hashemzadeh, ha tenido la misma experiencia.

"No es suficiente que llegues hasta la puerta y golpees. En el otro lado deben estar preparados para abrirla también" (DN 14/8)

Cuando los Demócratas de Suecia – SD - entraron en el parlamento en el 2010, ella reaccionó fuertemente. Jimmie Åkesson señaló una y otra vez que los SD no son xenófobos, solo quieren que los que viven aquí se adapten a los valores suecos.

¿Hablaban de mi? preguntó Golnza Hashemzadeh, quien escribió la novela "Ella no es yo" (Wahlström & Widstrand).

Hashemzadeh nació en Irán pero creció en Gustavsberg, en las afueras de Estocolmo. Su familia ha hecho todo para asimilarse y absorber lo "sueco". Ella misma fue una estudiante modelo, elegida presidenta del consejo estudiantil de la Escuela de Economía de Estocolmo.

Pero si de todas maneras no es considerada sueca debido a su apariencia - ¿qué consejo tienen entonces los SD?

Existen resultados de investigaciones que ilustran el dilema. El Profesor Anders Lange, quien por más de dos decenios ha documentado la actitud hacia los inmigrantes y la política de inmigración, realizó hace un par de años atrás una gran "encuesta de intolerancia" entre los jóvenes de preuniversitario. El estudio, solicitado por el Foro de Historia Viva, incluyó una pregunta que trataba de qué se necesite para poder ser llamado "sueco".

El resultado requiere reflexión, si uno cree que es suficiente con esforzarse y cumplir una serie de criterios objetivos - trabajo, idioma, ciudadanía - para ser incluido en la comunidad.

O ¿qué dicen de algunas partes del estudio?

El 47 por ciento dice que para poder llamarse sueco es por lo menos bastante importante que no se vea en su apariencia física que se tienen raíces en otro país. 50 por ciento considera que la familia/parientes deben haber vivido por lo menos cinco generaciones en Suecia. Si el requisito se reduce a dos generaciones, la proporción es 58%.


Anders Lange nota que este padrón de respuestas se repitió en varias de sus encuestas hechas en diferentes selecciones de la población de Suecia. Parece existir una especie de estructura mental en la forma de pensar y sentir. Uno puede, dice él, hablar de un "Blut und Boden" (*) visión romántica de carácter sueco, que se refleja en la actitud de los jóvenes. La sangre y la tierra caracterizan la visión de otros seres humanos.

Yo no sé si Jimmie Åkesson cumple el requisito de su apariencia; yo, en lo absoluto.

Tampoco sé si sus parientes han vivido aquí desde mediados de la década de 1800; los míos no lo han hecho, aunque yo mismo soy nacido y criado en Estocolmo.

Claro sí está que estas preguntas tienen una importancia vital para como las personas son consideradas, y a quienes definir como "nosotros" y "ellos".

La actitud además no se limita a la visión de pertenencia nacional. Los que enfatizan la apariencia y ascendencia tienden también a tener una posición más negativa hacia la inmigración/inmigrantes y musulmanes, según las encuestas de Lange. Una visión negativa de otras minorías también está cercana, y por extensión el riesgo de una visión fascistoide del mundo.

Un padrón similar se ve cuando se observa la forma de escoger pareja de los jóvenes más allá de los límites nacionales y étnicos, un importante pero olvidado indicador de la integración de los diferentes grupos en una sociedad. Los estudiantes de preuniversitarios suecos que tienen una pareja con antecedentes fuera de los países nórdicos tienden a ver más ventajas en los inmigrantes que otros.

En general es interesante notar que jóvenes con antecedentes suecos y nórdicos con menor frecuencia que otros tienen una pareja con origen fuera de la UE y Norteamérica, según Anders Lange.

Dice mucho sobre la complejidad de la integración - y cuan difícil es "abrir " la puerta al otro. Pero no son solo las puertas suecas las que crujen. Entre las muchachas de países musulmanes con pareja es menos que una de cada tres las que tienen un novio con ascendencia sueca. Para los muchachos musulmanes, la proporción es el doble.

Nuestros partidos políticos pueden presentar propuestas bien intencionadas sobre enseñanza del idioma, integración más suave y ceremonias para la ciudadanía. ¿Pero, de qué ayuda si nosotros mismos no enfrentamos nuestras visiones sobre lo que constituye una comunidad?

Es difícil vivir con otras personas, independientemente de donde nacimos. La exigencia de conformismo y adaptación siempre está tentadoramente cerca.

Sostener lo contrario es ingenuo. El reto está en aceptar y afirmar que nosotros como individuos no somos ni uniformes ni simples. Nunca hay una sola lealtad. La pertenencia cambia, más rápido que lo que la mayoría supone. No es necesario preguntarle a la pareja que inmigró hace 40 años si "se sienten bien aquí".

El crítico de teatro Leif Zern cuenta en sus maravillosas memorias familiares "Kadish en motocicleta" (Editorial Albert Bonnier) sobre límites e identidad. Su padre Simón era un judío ortodoxo. En realidad llamaba Simon-ben-Leib, ya que el nombre de su abuelo era Leib y la sílaba "ben" significa hijo. Es decir Simón, hijo de Lieb.

El nombre hebreo de Lief Zern era Leib-ben-Simon. Solo en su edad adulta se dio cuenta que Leib "solo se diferenciaba de Leif por una letra".

Un nombre, dos raíces. Así se podía crecer en la Suecia de los años cincuenta. En la casa en Södermalm no había árbol de navidad en el invierno, pero en el verano papá Simon salía a pescar camarones, a pesar de las reglas kosher judías. El mosaico podía incluir esta contradicción.

¿Cuánta inmigración puede aguantar Suecia? preguntó el programa de SVT, Agenda, cuando fueron invitados los líderes de los partidos a un debate.

Quizás en la insidiosa formulación también estaba incluida una pregunta acerca de cuantas diferencias Suecia, en realidad, es capaz de enfrentar.

La respuesta no es económica. Es mental y está determinada por las creencias sobre lo que define donde pertenece la persona.

 

DN 28-10-2012/ Peter Wolodarski

(*) Blut und Boden (significa en alemán Sangre y Tierra) se abrevia como BluBo y se refiere a una ideología que se centra en el origen étnico, basado en dos factores: la ascendencia, Blut (sangre de un pueblo) y Heimat (suelo, en tanto fuente de alimentación por la agricultura y no solo un hábitat natural). Así, exalta la relación de un pueblo con la tierra que ocupa y cultiva. Por extensión, concede un gran valor a las virtudes de la vida rural y al campesinado como origen racial esencial del pueblo alemán.

El concepto fue construido a partir de teorías racistas y pangermanistas que se desarrollaron a fines del siglo XIX en Alemania y constituye un elemento central de la ideología nacionalsocialista. Los críticos de esta ideología ven en ella una legitimación de la carrera belicista, pues proponía garantizar la existencia del propio pueblo a través de la destrucción de otros pueblos para garantizar la apropiación de tierras ajenas.

 

SAAB

El lider del partido Demócratas de Suecia, Jimmie Åkesson. 2010. Foto: Marisol Aliaga.

 

 

 
 
 
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