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Mulato

De negro y española sale mulato. Cuadros de castas, siglo XVIII.

 

02 de junio de 2011 |COLUMNA

La paradoja de los negros, los blancos y todos los demás

Por:  Carlos Vidales

El reciente artículo de María Elvira Bonilla "La paradoja de los negros" (El País de Cali, Impreso, Junio 3, 2011) me ha inspirado algunas reflexiones acerca del uso del lenguaje y sus implicaciones sociales. Se trata de reflexiones críticas, pero no de una crítica a María Elvira, puesto que no solamente ella sino millones de congéneres cometemos a diario las faltas que voy a comentar… y muchas más. Usaré pues "decimos" en lugar de "María Elvira dice", y que los lectores, negros o de cualquier otro color, me perdonen.

Decimos: "los afros, o mejor, los negros" y eso no es correcto. ¿Podemos decir que un negro colombiano, descendiente de un esclavo que llegó a nuestra tierra, encadenado y marcado a fuego, hace cuatro siglos, es un "afro"? Podemos sin duda decir que es un negro, un colombiano negro, un negro colombiano, recordando la magistral lección de colorimetría del gaucho Martín Fierro:

Dios hizo al blanco y al negro
sin distinguir los mejores;
les puso iguales dolores
bajo de una mesma cruz,
mas también hizo la luz
pa distinguir los colores.

Ansí, pues, naides se ofenda;
no se trata de ofender:
a todo se ha de poner
el nombre con que se llama
y a naides le quita fama
lo que recibió al nacer.

Eso de "afros" es un eufemismo típico de los racistas postcolonialistas. Es su manera de decir "la raza africana". ¿Existe eso? ¿Son "afros" los bereberes, los egipcios, los yemenitas? ¿Son "afros" los judíos etíopes que, además de judíos, son negros de color y africanos de nacimiento? Y sostener que un colombiano es "afro" porque su más remoto tatarabuelo era un esclavo africano hace cuatro o cinco siglos, ¿no es lo mismo que sostener que yo soy "español" porque en el año 1531 llegó a nuestras tierras un notario "español" (en realidad sefardí) de apellido Vidales y en estas tierras fundó a mi familia, al parecer con alguna india bravía? Las referencias geográficas sobre los orígenes son, evidentemente, incorrectas y conducen a una mayor ignorancia de lo que intentan explicar.

Veamos ahora qué pasa con la teoría de los colores. A mi amigo negro le digo "negro" porque es negro, aunque no es totalmente negro sino más bien "café oscuro" o "chocolate oscuro". Pero esto no le dice nada a nadie sobre casi nada, aparte del color. Los racistas creen que los "negros" tienen una conducta específica de negros, que los "amarillos" tienen una conducta específica de amarillos y que los "pieles rojas" tienen una conducta específica de pieles rojas. Y ahí se acaba la teoría del color, porque cuando queremos aplicar los mismos conceptos a otros "grupos" ("razas" dicen los racistas), entonces hablamos de los judíos, los árabes, los moros (árabes "afros" del Magreb), etc. Y claro, cuando hablamos del pitecántropo anglosajón, decimos "el ser humano" o, peor aún, "el hombre civilizado" o, ya en el colmo, "el hombre blanco" (que no es blanco sino rosadito como los cerdos de Gales). En suma, la colorimetría racial no sirve para nada. Hay que ajustar el idioma o confesar cretinismo incurable.

Necesitamos entender las cosas antes de intentar ponerles algún nombre. Los castellanos, extremeños, asturianos, andaluces y canarios que llegaron en plan de robo y conquista a las tierras de América, llamaron "indios" a los aborígenes porque, en su infinita sabiduría, esos "descubridores" creían haber llegado a la India. No eran capaces de distinguir arawakos, caribes, taínos, mayas, aztecas, chibchas, citareros, guanes, panches, incas, aymaraes, guaraníes, tehuelches, mapuche, tupíes, uwa. Para ellos, todo aborigen era "indio" y, a la inversa, para los "indios" todo conquistador era "español". Y esta generalización, que borra del mapa, como una guadaña mortal, centenares de culturas diferentes, funciona hoy todavía pese a que, como decimos con tanta gracia como imbecilidad, hablamos "el mejor idioma del mundo".

Y esta es "la paradoja de los negros". Decimos "negro" y decimos "afro" sin que nos importe un bledo la infinita diversidad cultural que hay detrás del color o de la referencia geográfica: hay en las tierras de América gente yoruba, congo, mandinga dahomayana, nigeriana, ganesa, de la Costa de Marfil, carabalí, lucumí, pero ni siquiera esa dignidad de su identidad ancestral le respetamos al "negro", como no se la respetamos al "indio", como no se la respetamos al "español" ni al "blanco" anglosajón, que no es blanco sino rosadito como los cerdos de Gales.

Y decimos, como consta en el artículo de María Elvira: "Cuando los negros logran posiciones de poder, esas que peleaban el sábado a gritos, se olvidan de su gente, que es la más pobre y necesitada de Colombia". Obsérvese bien, no decimos: "algunos negros, cuando logran posiciones de poder…" No, no. Lo que estamos diciendo es que todos los negros que logran posiciones de poder se comportan como los cerdos rosaditos de Gales; estamos enunciando un principio de código de conducta que rige para todos los negros. En cambio cuando los blancos (rosaditos) o los españoles (¿de qué raza son los españoles?) o los amarillos, o los pieles rojas, o los que sean, logran posiciones de poder, no se comportan jamás como los cerdos rosaditos de Gales.

Igualmente decimos: "La mayoría de los políticos negros terminan mal, enredados en corruptelas personales, enroscados en clientelas familiares, de espaldas a sus comunidades". Esto de ninguna manera se aplica a los blancos (rosaditos) ni a ningún otro color, pues es evidente y bien sabido que tales lacras no existen en ningún otro grupo humano fuera del de los negros paradójicos de Colombia.

En suma, lo que quiero decir es que las generalizaciones empobrecen al idioma. Lo reducen a una especie de huliganismo lingüístico y, sin darnos cuenta, comenzamos a hablar y pensar como si fuéramos miembros de alguna de esas "barras bravas" del fútbol. Como dice un amigo mío, que nunca ha estado en Argentina: "No generalices, como hacen todos los argentinos".

Ahora bien. Si la primera parte del artículo de María Elvira contiene estas ambigüedades semánticas tan comunes entre nosotros, la segunda parte me parece muy buena. Ofrece, aunque brevemente, algunas cifras terribles sobre la pésima condición social a que están sometidos los "negros" en Colombia, y en lúcido párrafo da testimonio de lo que deben sufrir cada día los muchachos negros de uno y otro sexo en términos de discriminación, recelo y opresión cultural.

En cuanto a mí, presunto "español" (en realidad ateo, socialista, antisionista y judío sefardí, con más de una tataraabuela "india" y unos tres o cuatro "negros" en alguna rama del árbol familiar), cúmpleme decir que esas generalizaciones, aunque injustas, me han favorecido a lo largo de la historia. Los Sefardíes hemos sido más hábiles que los Ashkenazi (entre judíos también nos discriminamos, a veces, ferozmente). En España, cuando nos convertíamos al catolicismo, pretendíamos ser más "españoles" y más "cristianos" que nadie: los más intolerantes y más crueles inquisidores fuimos nosotros, los judíos sefardíes conversos. Aplicamos una estrategia de supervivencia tan eficaz, que muchos de nosotros llegamos a la tierras de América, en calidad de "cristianos viejos", acompañando a los cuidadores de cerditos rosaditos andaluces y extremeños. Éramos gente de letras, siguiendo una tradición milenaria, y esto nos dio buen status y prosperidad en una sociedad de conquistadores iletrados y, más que analfabetos, analfabestias.

Pero, sobre todo, esto nos dio una visión amplia, generosa, de convivencia, de mezcla, de mestizaje, de gusto por el sincretismo y por las infinitas combinaciones interculturales que nos ayudan a reírnos de las clasificaciones raciales y de las jerarquías de colores.
Y lo mejor es que –¡bendita sea la mezcla!– aunque uno de nosotros resultó nazi, ninguno de nosotros salió rosadito.

Carlos Vidales
Estocolmo, 2011-06-04

 
 
 
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