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Día de la Victoria
Momento en que soldados soviéticos ondean la bandera nacional sobre un destrozado Reichtach tras culminar la ocupación de Berlín en mayo de 1945. Foto: ecured.cu.
 

12 de mayo de 2015 | COLUMNA |

El 9 de mayo - la Fiesta Nacional del pueblo ruso

El sábado pasado se conmemoraron los 70 Años de la Victoria sobre la Alemania Nazi.

El escritor y director de teatro chileno, Enrique Durán, escribe sobre un capítulo en la historia de la Humanidad que nunca deberíamos olvidar. Un capitulo en el que la URSS jugó un rol preponderante, que Occidente a menudo pretende olvidar.

Pero el mismo comandante norteamericano, Douglas MacArthur, reconoció: “Los rusos salvaron la civilización y Europa debe por siempre estar agradecida de ello”.

 

Por: Enrique Durán

 

Los rusos han hecho “un culto de su victoria sobre Hitler”. Este es un reproche que hoy día se escucha en muchos lugares de Europa, muy a menudo. Sobre todo, de parte de la prensa reaccionaria mal llamada “liberal”, como Dagens Nyheter y Svenka Dagbladet. Agregan, además, que los rusos exageran el alcance de su victoria, que “mucha agua ha corrido bajo los puentes” y de que parecen no darse cuenta de que ya es historia vieja.

Que en lugar de bajar el telón y pasar a otra cosa, celebran la fecha con gran pompa como si hubiera sido ayer. Se obstinan, dicen, todos los 9 de mayo, en organizar desfiles militares con los mejores armamentos que disponen hoy día, se escuchan marchas y canciones que recuerdan esos años de la guerra, películas que relatan el heroísmo del pueblo ruso ante los invasores nazis. Y esto se repite año tras año. ¿Por qué se obstinan en celebrar con tanta pasión y efervescencia este acontecimiento, glorioso, claro, pero también tan viejo? Es lo que se preguntan estos periódicos llamados “liberales” y “demócratas” en los países de la Unión Europea.

Y los sociólogos sabios y de moda responden que los rusos hacen esto por desesperación. Porque ahora vivimos estos años de los cuales ellos no pueden enorgullecerse en absoluto. No son años de victorias, sino de desastres económicos y políticos. Sólo les queda el recuerdo de esas viejas victorias. Las celebran con tenacidad, porque esas victorias les ayudan a crear un telón de humo, tras el cuál se esconden los crímenes de sus dirigentes. Como ejemplo, presentan la masacre en masa de los oficiales polacos en Katyn, en 1940 por la NKVD. Se agrega que la victoria les permitió a los rusos justificar, en vez de arrepentirse, todas las atrocidades del régimen estalinista, durante y después de la ocupación de la Europa del Este. El hecho, además de que los rusos, se vanaglorien de haber liberado Viena y Budapest es objeto de escándalo y de irritación en los altos salones de las burguesías europeas. Se sienten ofendidas de que se recuerde además la heroica resistencia al ejército nazi, que sitió la ciudad de Leningrado por más de dos años sin poder avanzar ni apoderarse de ella. Y no mencionemos la extraordinaria lucha, liberación y aplastamiento de las divisiones alemanas en la también heroica ciudad de Stalingrado. Todo esto irrita y ofende a los lacayos de la burguesía y a sus periódicos y medios de comunicación.

Esta lectura de la Historia de la Segunda Guerra en Europa y la Unión Soviética, esta lectura de la actualidad, domina hoy día a los investigadores y periodistas occidentales. Difícil, por tanto, de sostener que es un visión objetiva. Simplemente porque ella corresponde muy poco, casi nada, a la realidad actual.

El 16 de abril, sin ir más lejos, el presidente Putin, en su tradicional encuentro televisivo con la población rusa, declaró tajantemente lo siguiente: “Después de la Segunda Guerra mundial, intentamos imponer por la fuerza a los países de la Europa del Este nuestro modelo de desarrollo. No hay nada de glorioso en esto, debemos reconocerlo y seguimos sufriendo las consecuencias de tales medidas”.

También en la misma línea de estas entrevistas con el pueblo ruso, Putin ha calificado el régimen estalinista de “malvado”. Un discurso que no coincide, precisamente, con la imagen de la Rusia obtusa, que rehúsa reconocer sus errores y continúa idolatrando a José Stalin. Preguntar a los rusos por qué hoy día, después de 70 años, celebran su victoria en la Segunda Guerra mundial tiene la misma falta de sentido que preguntemos a los franceses por qué celebran el 14 de julio, a pesar de los siglos que los separan de la Toma de la Bastilla y la Revolución francesa.

Se les dice, a menudo, a los rusos que en lugar de alegrarse por haber ganado la guerra, debieran proclamar el 9 de mayo día de duelo nacional y llorar por las víctimas caídas.

28 millones de rusos entregaron sus vidas en defensa del suelo patrio, en la lucha contra el nazismo y el fascismo. ¿Por qué, entonces, no exigir a los franceses anular la celebración de la Toma de la Bastilla para llorar a las víctimas de la Revolución y del Terror desencadenado después por Roberspierre? De la misma manera como los franceses se obstinan en bailar en la calle y lanzar fuegos artificiales todos los 14 de julio, los rusos también continúan celebrando su Victoria. Nadie discute ese derecho al pueblo francés. Pero, sí al pueblo ruso.

En la vida de cada nación hay acontecimientos que la transforman en profundidad, sobre la base que éstos han construido su identidad como nación y que constituyen las referencias para su historia posterior. Estos hechos que conforman la historia, la identidad de pueblo son también una motivación, una inspiración para avanzar, fundan su legitimidad como nación, su derecho a existir.
Los historiadores “actuales” sienten una pasión por “deconstruír los mitos” , de cómo han ocurrido estos acontecimientos fundadores de la identidad de un pueblo. “Las cosas no ocurrieron así como se las han contado, como ustedes se imaginan”, dicen estos historiadores.

“No sigan soñando. No hay ninguna razón para que ustedes se sientan orgullosos de un pasado”, continúan diciendo. Y los periódicos, la prensa de la burguesía europea, los medios de comunicación de masas publican estos “sabios e ilustres” comentarios, los difunden hacia todo el planeta.

Pero los “mitos” tienen la piel dura. Y a menudo, a pesar de todos los esfuerzos de “los especialistas” el pueblo, los pueblos, continúan creyendo en ellos y celebrándolos con solemnidad y regocijo. Y, probablemente, esto ocurre porque la sabiduría popular es más profunda y sabia que todos los historiadores del planeta reunidos. Y porque, a menudo, los investigadores , apasionadamente ocupados en limpiar de insectos y de pulgas la piel del elefante - una ocupación útil y absolutamente necesaria - pasan al lado del elefante sin verlo, sin darse cuenta que está allí, vivito y coleando y con la trompa en alto.

Deseosos de revelar nuevos detalles de un acontecimiento histórico, de “desmitificarlo”, se comportan como médicos que hacen las autopsias que, habiendo descuartizado un cadáver, proclaman que el cuerpo humano no tiene alma, porque no han visto ningún rastro ni traza de ella.
¡El alma! Pero, esa alma es bella y tiene buena salud. Es la que el pueblo ve y ama, en la cual se reconoce y es la que muestra al mundo mostrando sus rasgos y fisonomías más bellas. El 14 de julio para los franceses y el 9 de mayo para el pueblo ruso.

Nadie sabe de seguro como una nación elige sus acontecimientos fundadores. ¿Por qué éste y no aquel otro? Misterio. Una sola cosa parece ser segura: para remontar a la superficie de la Historia, para envolver a un pueblo entero en este torbellino y dejarlo grabado en su memoria, ese acontecimiento debe tener, aparte del valor nacional, una significación universal, una significación que abarca todo el sentido de lo humano y su existencia. Es el caso de la gran revolución francesa; con todo el cúmulo de sus horrores y errores, ella ha hecho avanzar a la humanidad entera un paso. Su Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano ha cambiado radicalmente la percepción del Ser, de la existencia. Llevó a la abolición de la servidumbre y de la esclavitud, las hizo moralmente inaceptables.

La Gran Revolución francesa ha elevado a la humanidad a una etapa superior de su desarrollo. La victoria de los soviéticos y de sus aliados en la Segunda Guerra mundial permitió la sobrevivencia de la humanidad, la posibilidad de continuar siendo humana y libre. Ese fue un momento de la Historia en que muchas naciones europeas, ante la disyuntiva de Vida o Libertad, eligieron la vida. Los rusos eligieron la Libertad y murieron por ella. 28 millones de muertos para ser más o menos exactos. El sacrificio del pueblo soviético ante el altar de la Libertad ha sido de lejos el más grande, el más sangriento.

Nadie debiera asombrarse de que ellos tienen el pleno derecho a celebrar dignamente de que este sacrificio no ha sido inútil. Los rusos murieron por defender su tierra, pero también para aniquilar un régimen, el régimen nazista, que encarnaba el Mal absoluto. Esa estúpida creencia de que una raza superior podía, tenía el derecho de esclavizar a todas las otras razas, a todos los pueblos del planeta.

El Pueblo soviético impidió que la Humanidad, en su conjunto, admitiera el Mal, que cediera ante la maldad del invasor nazi, que se declarara vencida. Ellos dieron el ejemplo con esas dos ciudades heroicas que nunca se rindieron; Leningrado y Stalingrado. Defendiendo cada piedra de estas ciudades y muriendo sobre sus ruinas, tocaron el corazón de millones de soldados que luchaban por la libertad del ser humano, en el mundo entero, en este combate contra la muerte, en defensa del hombre y de su dignidad.

No. El hombre, los seres humanos, no estamos hechos para aniquilar a nuestros semejantes en cámaras de gas. Este era el mensaje que los soldados del Ejército Rojo enviaban a la humanidad entera abriendo las puertas del campo de concentración de Auschwitz. Decimos los rusos, porque era su llegada lo que esperaban secretamente los prisioneros de los campos de concentración. Los aliados británicos y norteamericanos se encontraban a orillas del río Elba, muy lejos de Berlín y de la Europa del Este, donde los nazis tenían sus campos de exterminio. Pero cuando decimos los “rusos”, estamos también diciendo los ucranianos, los armenios, los bielorrusos, los moldavos, los letonios, los lituanos, los estonios, los georgianos, los pueblos de Azéris, de Kazakhs, de Tadjiks, de Kirghizia, de Turkestan y otros que se me olvidan.

Nos recordamos de sus nombres, nos inclinamos delante de cada tumba, honramos la memoria de todos ellos, de todos los que sacrificaron sus vidas por la libertad, por nuestra libertad, la de toda la humanidad.

“Si la gente quiere expresar su respeto hacia las víctimas de la Gran Guerra y rendir homenaje a los libertadores y a los que vencieron al nazismo, estamos felices de acogerlos en todo momento”, declaró el presidente ruso Vladimir Putin el 16 de abril último. “Los que quieran venir son bienvenidos. Cada cual puede decidir lo que le dé la gana. Si vienen o no vienen. Pero nosotros, nosotros celebraremos nuestra fiesta. Es nuestra fiesta. Rendimos homenaje a la generación de vencedores y lo hacemos con el fin de que la generación presente, los jóvenes de hoy día, en nuestro país y en el extranjero, recuerden estos hechos y no permitan jamás, que en el futuro, se atente contra la libertad de los seres humanos.”

Vengo llegando de San Petersburgo, la antigua Leningrado, con la emoción de ver al pueblo ruso celebrando en las calles el Primero de mayo con banderas rojas. Iniciaban así la celebración de esta Gran Guerra Patria donde millones y millones de soviéticos, mujeres, hombres y niños ofrecieron sus vidas por la Libertad.

Las banderas rojas con la Hoz y el Martillo flameaban por toda la ciudad. Y me sentí de nuevo como ese joven comunista que soñó con que la Revolución Socialista de los trabajadores chilenos era actual y presente en nuestro país.

Ya lo dijo Calderón de la Barca, ese gran poeta y dramaturgo español: “La vida es sueño y las sueños, sueños son”. Pero, a veces, en la historia de los pueblos, las clases trabajadoras convierten esos sueños en una realidad profunda y estremecedora. Como fue la Revolución de Octubre, la Revolución Cubana, la Revolución Sandinista y ahora, ese desafío sin fronteras al imperialismo yanqui que realizan nuestros pueblos, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Brasil y Argentina. Ojalá Chile estuviera muy pronto ocupando un espacio en esas trincheras ardientes por la libertad e independencia de nuestros pueblos de América Latina.

 

 


   
 
 
 
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