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Aborto

 

 

11 de febrero de 2015 |COLUMNA |

El aborto en Chile

 

Por: Eduardo Embry Castro (*)

 

La última vez que me junté con amigos y amigas escritores el tema obligado de la conversación fue la palabra ABORTO. Claro que me llamó mucho la atención que en ciertos grupos literarios todavía exista gente tan conservadora que piensa que la mujer no puede tomar decisiones autónomas ante un eventual aborto. Todavía se piensa que es un atentado a los principios y contra la moral de Dios (la Iglesia).

Chile es un país joven y moderno y muchos piensan que estamos al galope de ser un país en vías de desarrollo, en comparación a nuestros vecinos peruanos, bolivianos y otros. En ciertas cosas estamos retrasados todavía, las familias sienten el dominio del patriarca, el abuso de poder en contra de sus mujeres, la discriminación de las minorías homosexuales. Pensar que hace veinte años atrás, el aborto para la iglesia católica en Chile significaba la excomulgación, el destierro, la deshonra, el infierno a la hoguera.

Según el último censo, fue un escándalo político de la administración de Piñera la ineptitud de sus expertos en confirmar que la forma en que se contabilizó la población fue errada y no permitió utilizar el Censo 2012 como herramienta para la elaboración de políticas públicas, lo que implicó que los más de $30.000 millones invertidos en el proceso no sirvieron de nada. La responsabilidad del grueso error radicó en las decisiones del ex director del INE, Francisco Labbé. Hago mención de este escándalo de no saber cuántos chilenos viven en su territorio simplemente porque las últimas estadísticas, (pensemos que sean serias), nos reflejan que aproximadamente 160.000 abortos se realizan en Chile anualmente así lo demuestra la ultima investigación del Centro de Medicina Embrionaria experimental publicado en la revista de la Sociedad Chilena de Obstetricias y Ginecología.


Mi generación se crió en dictadura, la que, a pesar de que abusó transversalmente todo límite de los Derechos Humanos, la Iglesia estaba convencida de que en la junta de Gobierno prevalecía la idea de que no había ninguna razón - ni ética ni médica - para autorizar la muerte de un ser humano indefenso. ¡Qué ironía! y pobre que dejaras a tu novia embarazada.


Uno de los activistas por parte de la Iglesia Católica fue el cardenal Jorge Medina, quien en público le agradece a la Junta Militar la salvación de almas. Pero en Chile, desde 1931 existía ya la interrupción del embarazo con fines terapéuticos en aquellos casos en que la vida de la madre estuviese en riesgo. Muchos chilenos no lo recuerdan.

 

Mientras seguía con mi copa de vino, todavía estaba en condiciones de escuchar hablar de los derechos de la mujer, la igualdad de género entre mis amigos culturatis. Y en eso, cómo una suerte de una película clásica de Bergman, se levanta la dueña de casa, levanta su copa y le dice a su novio: "Mi amor tengo tres semanas de embarazo". Bueno, la cara del novio en unos segundos se transformó. A los segundos siguientes mostró una irónica sonrisa y a los minutos estaba entregado completamente a la noticia. Allí nos afloró a todos la solidaridad entre los pares machos recios que éramos y salimos a su rescate. Lo abrazamos y le dimos todas esas bendiciones que se demuestran cuando un niño va a nacer. Entre ello pensaba, vaya con la calidad de tíos borrachos medios intelectoides. Pero toda esta situación era una escena de una obra de teatro llevada a la realidad, la futura madre estaba por cumplir los cincuenta años, con una nieta a cuestas. Muchos pensábamos que era la mejor edad. Pero los más fríos y desconfiados pensaban: ¿falló la pastilla anticonceptiva?

En tanto, seguíamos hablando de que en Chile desde que apareció la píldora, la Iglesia Católica ha sido su principal detractora.

El primero en condenarla fue el Papa Pío XII en 1958, cuando afirmó que no era lícito tomar medicamentos con el fin de impedir la procreación. En 1968, Paulo VI condenó los anticonceptivos hormonales en su encíclica Humanae Vitae y, 30 años después, Juan Pablo II confirmó la prohibición de todos los anticonceptivos, incluyendo el condón. Me detengo acá ya que este último visitó a Pinochet, y se dice que contribuyó a que se estuviese aún más en contra del derecho de la mujer a tomar sus propias decisiones en el tema del aborto.

Las autoridades eclesiásticas agradecieron a Augusto Pinochet y a José Toribio Merino por este paso importante en nuestra sociedad, es decir que "el aborto es y será un acto criminal", lo que es coloquialmente llamado la Ley Merino.

 

Pero este tema ha sido un escándalo a nivel nacional por la hipocresía de no reconocer que en Chile esto es un negocio. La clandestinidad lo ha hecho un verdadero problema de salud pública, de justicia social y de Derechos Humanos.

La ex Ministra de Salud del gobierno de Michelle Bachelet, Helia Molina, fue consultada sobre el aborto en Chile y afirmó que: “en todas las clínicas cuicas de este país muchas de las familias más conservadoras han hecho abortar a sus hijas. Las personas con más dinero no requieren de leyes, porque tienen los recursos”.

Con estos comentarios la ministra quedó cesante.

Esta conversación sobre el aborto terapéutico me tenía un poco nervioso, las cosas han cambiado, las mujeres se han tomado el poder y bien no sabes de qué manera pueden explotar, por sus derechos propios por tantos años de censura.

Pasada la una de la madrugada, ya tenía lista la nota en mi cabeza sobre el tema del aborto, para ser enviada a algún editor delirante.

Llegaba a casa con tres conclusiones, de aquella noche intensa: En Chile, si no se reconoce que el aborto ilegal y clandestino constituye un problema de justicia social, ya que la posibilidad de obtener servicios médicos seguros dependerá solamente de los recursos económicos de que disponga la mujer, tendremos serios problemas. Si el gobierno de turno deja instalarse esta desigualdad básica entre las mujeres, esta grave discriminación, violando así el principio básico de la igualdad de tratamientos para todos, no creo que el tema vaya por buen sendero.

Mientras que en Chile tengamos una Iglesia medieval que mete las narices en donde no las debe meter, y que sus servicios más elementales debieran estar orientados a los más pobres y vulnerables, deberían escuchar el llamado de miles y miles de mujeres que no sólo pierden la vida por abortar de manera clandestina, sino que también dejan a familias enteras en la orfandad y a expensas de la sociedad.

Basta ya de hipocresías. Las mujeres son fuertes, tienen un origen matriarcal, son seres responsables que pueden y saben escoger a su hombre y también a su maternidad.

 

Habiendo dicho lo anterior, al otro día me levanto con la caña del vino añejo, tomo un taxi que me deja en 15 Norte en Viña del mar. Me acerco a una tienda de mascotas y compro un cachorro. A esta altura de mi vida no puedo tener hijos. Todas las noches duerme al lado mío con sus pequeños ladridos que no me dejan dormir.

 

 


(*) Eduardo Embry Castro es poeta, chileno, reside en la ciudad de Quilpué. Esperamos contar con más columnas de este nuevo autor.

 

Eduardo Embry Castro


 
 
 
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