Logotipo

Portada Suecia América Latina Mundo Multimedia
 
 
Gabriel García Márquez
Gabriel García Márquez en la ceremonia de los Nobeles. Foto: Nobelprize.org
 

15 de mayo de 2014 | COLUMNA |

Gabo, homenaje inevitable

El anuncio de su muerte nos llegó con la velocidad de las malas noticias. Lo sentimos irreal porque Gabriel García Márquez estuvo siempre con nosotros. Durante más de tres décadas esperamos sus libros con la ansiedad curiosa de los lectores fieles y ávidos.

 

Por: Jaime Barrios Carrillo

 

Personalmente me traslado a aquel lejano diciembre de 1982 en Estocolmo. García Márquez asistió a la cena Nobel a recibir el Premio más codiciado y seguramente respetado de la literatura, vestido impecablemente de un "liqui-liqui" blanco. Se negó al uso del tradicional frac negro aduciendo que el "liqui-liqui" era una prenda de fiesta en la costa colombiana. Comenzó su discurso Nobel recordando a Antonio Pigafetta: “un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo y que escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación.”

De esta manera sencilla, pero muy profunda, en esa hoy histórica alocución que llevó la rúbrica de “La soledad de América Latina”, García Márquez resaltó las baterías creativas del continente que con el paso de los siglos produjo una literatura extraordinaria y consolidando un arte original.

Aventura de la imaginación, afirma, para confirmar que la capacidad creativa en América no ha sido frenada nunca por la devastación de las tragedias sociales a lo largo de la historia, desde los traumas de la Conquista, siguiendo por las guerras civiles del siglo XIX hasta los horrores de las dictaduras del siglo pasado.

Dijo entonces: “La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia”. Y dio luego ejemplos de las locuras, extravagancias y crueldades del continente. Refiriéndose con una visión casi profética al general Efraín Ríos Montt de Guatemala: “Un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América”.

Terminó invitando a un brindis de la siguiente manera: “El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía".

En aquel invierno de 1982, que a muchos parecerá hoy una fecha prehistórica, las asociaciones de latinos y de solidaridad en Estocolmo organizamos un gran encuentro con Gabo en la entonces “Casa del Pueblo”, en Norra Bantorget, donde se presentaron canciones, bailes y música de nuestro continente. A los cuales se sumaron el popular cantante Tommy Körberg y el emblemático, hoy fallecido, cantautor sueco Cornelis Vreesvijk.

Recordemos que aunque ya universalmente significado por su obra, era García Márquez un exiliado en México. De ahí que el encuentro con el exilio latinoamericano fue para él lo más natural y necesario.

El acto de homenaje y encuentro tuvo lugar el 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe en México, el país donde vivió gran parte de su vida, donde siempre se sintió a gusto y tuvo tantos amigos. Porque Gabo fue un ciudadano sin fronteras, colombiano sin duda, con mucho de mexicano, algo de cubano e inevitablemente su parte de español.

Lo recibimos a lo grande, como se merecía. No pronunció ningún discurso sino dijo que el encuentro se debía a la literatura y por eso prefería leer un cuento, escogiendo para la ocasión “El último viaje del buque fantasma", que comienza así: “Ahora van a ver quién soy yo…” Y que termina con la frase: “Las aguas antiguas y lánguidas de los mares de la muerte”.

Al conocer la noticia de la fiesta latinoamericana en Estocolmo, su amigo Fidel Castro Ruz, entonces jefe de Estado de Cuba, envió como regalo varios cientos de botellas de ron cubano. Y por pedido expreso de García Márquez estas botellas fueron repartidas al público asistente.

Disciplinadamente, en orden inusual, los asistentes hicieron filas al terminar la actividad para recibir cada uno su botella.

Según el artista gráfico uruguayo Pepe Viñoles, que fue encargado de hacer el afiche, sobraron una buena cantidad de botellas que fueron después intensamente consumidas por un grupo de organizadores en un apartamento de lo que un poeta chileno ha llamado “territorio liberado de Rinkeby” y que seguramente terminaron invirtiendo, con la magia del ron caribeño, a la realidad blanca y helada del invierno sueco por una térmica visión tropicalizada de Estocolmo.

Pero más allá de las anécdotas, las lecciones de Gabo son perdurables. El mundo es hoy uno y distinto, como nunca. Lo anterior induce a repensar dimensiones dentro de un gran tiempo de dirección múltiple que llamamos “el Síndrome de Melquiades”, el gitano trashumante en Cien años de soledad.

Melquiades viaja por todo el mundo, el cual le resulta pequeño, y lleva a Macondo todos los inventos y avances para sorprender a los habitantes de una aldea que no había conocido aún el hielo.

Los usos estrafalarios que José Arcadio hace con esa tecnología demasiado avanzada lo llevan al delirio y al estigma de locura por parte de lo macondiano. Una lupa gigante con que José Arcadio Buendía pretendió construir un arma solar o el imán que lo llevaría a un deseado oro, enterrado en alguna parte.

Hasta que el mismo Melquiades retorna para restaurar y proclamar el valor del gran descubrimiento que José Arcadio Buendía había hecho con sus propios medios y que consiste en saber que el mundo es redondo como una naranja.

Lapidaria, casi espeluznante, resulta la última frase de Cien años de soledad: “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Desde luego que la interpretación del gran texto de Gabriel García Márquez no puede ser simplista, o sea cíclica; lo planteado por Gabo es precisamente lo contrario: la necesidad del cambio para no repetir la historia que con su realismo mágico nos cuenta. Porque el universo que se creó en la cabeza genial de Gabriel García Márquez, corresponde a la síntesis del pensamiento mágico con el más profundo realismo.

La mezcla de tiempos y culturas, en otras palabras el mestizaje. La fuerza de América Latina en su unidad y múltiple diversidad.

No vamos a repetir todo lo que se ha dicho tanto porque si de un escritor y su obra se ha dicho tanto ese es Gabriel García Márquez. En cambio nos sentimos afortunados de participar en este homenaje pensado en la literatura, en los textos garciamarqueanos, en la dimensión hispanoamericana de su obra y de su vida. Sin duda es muy acertado comenzar este Tercer Festival de Culturas Iberoamericanas, haciendo el necesario, el inevitable homenaje al creador de obras imperecederas como El otoño del patriarca, El coronel no tiene quien le escriba o El amor en los tiempos de Cólera. Y en ese espíritu lo mejor que puede hacerse es leer algo de su obra. Y lo mínimo que podemos hacer ahora decirle con toda convicción y no ocultada emoción: ¡Muchas gracias Gabo!

 

 

Jaime Barrios Carrillo
El presidente de la Asociación Cultural Fénix, Jaime Barrios Carrillo, dando lectura a su ensayo. Foto: Instituto Cervantes.

 

 


 
 
 
Copyright 2014 © Magazín Latino

All rights reserved.