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Trago en la copa
 
 

22 de abril de 2013 | CULTURA - LITERATURA |

Trago en la copa (*)

Por: Víctor Aquiles Jiménez H.

Siempre pensé que entre los árboles hallaría un ángel. Ilusión de niño y desengaño de hombre. Es que acostumbro a recorrer los bosques a oler sus aires y a desentrañar raíces. En ellos y a través de sus hojas he madurado el sol tantas veces. Tendido en la hierba han florecido en mi pecho historia que no tienen otro sitio para existir. El bosque, siempre el bosque, y en cualquiera de ellos logro hacer renacer mi país de duendes. Jamás nadie podrá arrebatarme el derecho a verdear mis sueños entre los árboles, a morder el pasto y a mojar mis manos, pies y rostro en el rocío.

Mi paraíso favorito está muy cerca de la casa donde vivo; todos los días, a veces por las mañanas, otras por la tarde voy a él. El mar, con sus olas reventadas en las piedras, la tierra roja y el bosque arriba, en el cerro, ponen la calma necesaria para revivir otra historia, para anhelar algo íntimo, o para buscar simplemente a un ángel en su nido.

Una tarde cerré los ojos mientras contemplaba la danza de los ganchos de los pinos y dormité tendido en una verde y fresca cama. El bosque suspiraba silencioso, las manos sobre el corazón acariciaban una conocida melodía. De pronto una carcajada proveniente de lo alto me despertó sobresaltado, sobre el encandilamiento pude apreciar que una sombra descendía de la copa de un árbol con la agilidad de un mono. No tuve tiempo para ponerme de pie, porque en un segundo frente a mí yacía en todo su porte el loco del pueblo. Loco y reloco. Lo había visto en algunas ocasiones, joven, fuerte y moreno, capaz de destrozar una piedra de un golpe o cortarle el pescuezo a alguien de un mordisco. Sabía que todos le huían y que quebraba los vidrios de las casas cuando le negaban comida...Y estaba frente a mí con sus grandes botas de agua, las piernas abiertas, y las ropas fuera de todo lugar. Parecía un bucanero frente a su víctima, reía y sin embargo su ría era contagiosa, por eso reí también.

- ¿Qué haces en mi bosque?

Ante tanta frescura respondí:

- ¿Y qué haces tú en mi bosque?

Su carcajada creo que debe haberse escuchado en todo el bosque, me incorporé atento a cualquier golpe que me pudiera hacer desaparecer del mapa, pero el loco me tenía reservada al parecer otra sorpresa.

- Quiero que nos tomemos una botella de vino.

Aunque fuera demente mi amigo, encontré muy cuerda la invitación así es que acepté. El único problema era que yo no veía botella alguna de vino. Quizás fuera broma de loco nada más, así es que decidí seguirle la corriente:

- Bueno, mi estimado memito, ¿dónde podremos comprar una botellita de vino?

Mi invitante amigo lanzó otra terrible carcajada, no fuera cosa que se quisiera beber mi escasa sangre. Un escalofrío me recorrió el espinazo, debía inventar una estratagema para salir de ahí a toda prisa y salvar el pellejo; aunque no veía como, el loco debía estar acostumbrado a correr por el bosque. Para ganar tiempo decidí preguntarle de qué parte pensaba sacar el vino, a lo mejor con esa pregunta apresuraba el desenlace...porque sea como sea al fin y al cabo soy valiente, de otra manera no se explica que ande solo y durmiendo en los bosques. Guiñándome un ojo el loco del pueblo me indicó la copa de un árbol. Apenas pude salir de mi asombro al comprobar que en la coñona de un pino había una botella amarrada. Me pareció la locura más simpática de mi vida.

- ¿Y qué esperas para bajarla amigo? - le dije apresuradamente.

- Pensaba compartirla con Dios.

Un loco es un loco justamente por estas cosas, le miré y traté de medirle el alma, pero su perfecta sonrisa me hizo dudar de mi propia cordura.

- Te invito a que nos tomemos la botella arriba, en el cielo.

En muchas oportunidades he trepado hasta la copa de un árbol, confiando en mis manos y piernas, pero hacerlo con una persona que no está muy bien de la mente es como para pensarlo un segundo. Acepté y fui el primero en ascender, el loco subió con una agilidad maravillosa, muerto de la risa. Todo mi temor desapareció al comprobar que la botella era de un excelente vino añejo sin destapar.

- ¿De donde apareció esta hermosura amigo?

- Se la robé a un camión repartidor. ¡Ahhhh, me la querían quitar los gallos y le pegué a uno! -su risa remeció el árbol, no quise hacer más preguntas.

- Bueno -le dije- bebámosla. Sus dientes hicieron desaparecer la etiqueta y con el dedo hundió el corcho, el vino salió liberador y alegre. Me ofreció el primer trago y a diez metros de altura me bebí el mar, el cielo, y la risa de un loco. Nos fuimos de trago en trago, de risa en risa, de alegría en alegría, hasta transparentar la botella. Al parecer el árbol se embriagó porque se balanceaba de un lado a otro, como besando las copas de su hermanos. Yo me reía y no sé si me pareció que el loco pretendía hablar con Dios..., rompí a llorar y cerrando los ojos me solté de la rama en la que estaba afirmado. Sentí unas fuertes manos que aferraron mi cintura y la ternura de unas palabras que no entendía. Lo que sí recuerdo bien, es que salí sollozando del bosque, abrazado a un loco, al loco del pueblo...,o mejor dicho, abrazado a un ángel.

 

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* Cuento ganador de Víctor Aquiles Jiménez H. en el certamen internacional Jorge Luis Borges, de la Fundación Givré de Buenos Aires, Argentina el año 1982. Desde entonces es referente como un cuento clásico latinoamericano y figura en varias antologías en español y ha sido reconocida su calidad, la temática, estructura y uso del idioma en lo que se conoce como el cuento breve.

 

 

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