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El Espectador
Gráfico de la revista cultural el Espectador, de San Antonio, Chile, en 1983. Autor: Bernardo Jiménez H.
 

12 de noviembre de 2012 | COLUMNA |

La voluntad apasionada

Por: Víctor Aquiles Jiménez H.

En vísperas de recibir la distinción del Premio Cóndor, otorgado por la Federación Chilena de Suecia (Chilenska Riksförbundet en sueco), tuve el agrado de recibir una invitación de Andrés Godoy como amigo a su facebook y de ahí en adelante nos alcanzamos a escribir un par de cortas y emotivas notas al correo porque me informaba que partía a China, ya que se encontraba invitado como guitarrista, abriéndosele un importante escenario en el país que pronto será la primera potencia mundial económica e industrial, para mostrar su dominio del instrumento de seis cuerdas y como compositor. Sus palabras eran las siguientes:

"Estimado Aquiles, al leer tu mensaje veo varias cosas, por un lado el hecho de que no renunciaras nunca a tu deseo de escribir y mira donde has llegado, a tener una serie de premios y reconocimientos de alto vuelo y que cualquier escritor o artista lo soñaría y por otro un destino que nunca nos abandona, el de la dificultad en el camino para conseguir lo que soñamos. Por lo que el shock (se refiere a mi hospitalización que tuve hace un tiempo ya) que has tenido fue bastante grave e imagino que solo unas células tan apasionadas como las tuyas renunciaron a quedarse dormidas para siempre y continuaron vivitas y coleando para quizás dar tiempo a alguna nueva obra, a alguna nueva acción pendiente que queda. Son los misterios de la vida. Nada nos ha resultado fácil mi querido Aquiles, detrás de los logros que hemos tenido en estos años sin duda hay un fuerte componente de esfuerzo personal, sacrificio pero por sobre todo convicción. Esto lo que nos ha llevado a veces dando tumbos al lugar en el que ahora estamos"...

Las auspiciosas palabras de Andrés me retrotrajeron a la década final de los años 70 cuando en una esquina frente a una plaza de la ciudad donde vivíamos una noche oscura de lluvia de julio a eso de las 10 de la noche, con toque de queda inminente, esperábamos que un bus se llevara a un amigo poeta a la casa. Una vez ido nuestro amigo, seguimos un rato ahí esperando que amainara un poco para correr nosotros a nuestras respectivas casas. Habíamos tenido los tres, el poeta marchado, Andrés y yo una amarga conversación sobre nuestros futuros que se veían muy negros y magros esa noche lluviosa de invierno. No veíamos futuro, esa era la verdad, pero teníamos la convicción de que seguiríamos y que no nos dejaríamos amilanar por la adversidad, por aquella mala suerte que parecía perseguirnos con saña. Un escritor de imposibles, soñador que no podía dormir, un guitarrista de una sola mano que quería asombrar al mundo y un poeta perdido en los vericuetos del infortunio. Recuerdo el perfil de mi amigo más joven que yo por la que destilaba el agua de la lluvia desaguando por su nariz, lo mismo que yo, estuvimos así como queriéndonos lavar de la impotencia que sentíamos, no nos importaba que nos diera una pulmonía, si ya nos sabíamos enfermos de algo tan vacuo como ser artistas, gente improductiva, gente rara, en esos instantes, dispuesta a seguir como en una especie de suicidio señalado por un camino que había que inventar, sin saber cómo. Esa noche fue especial creo que para los tres náufragos de la noche.

..."No sabía que estabas en Suecia, siempre pensé que estabas en Suiza. De hecho este año en Abril estuve tocando en Växjo, Estocolmo y dos ciudades más de Suecia, fue un viaje bien intenso y luego regresé a Alemania.
El próximo lunes parto a Shangai invitado a un festival de guitarristas y luego voy a Frankfurt y Berlín, estaré 25 días dando vueltas. Pero no ha sido fácil, esto que se ve bonito y grandioso de andar por el mundo ha tenido inmensos costos. Algún día lo compartiremos espero"...

No, no sabía Andrés que yo estaba en Suecia y como dice pensaba que podía ser Suiza, no tiene ninguna importancia ese detalle, porque si bien hay una diferencia entre ambos países yo como él hemos seguido viviendo en el recuerdo en nuestra ciudad natal y yo todavía en mis paisajes, paisajes que ya no son iguales, pero que están ahí como nosotros mismos. Pero vuelve esa noche a mis recuerdos cuando nuestro amigo poeta corrió a tomar la micro que lo llevaría a su casa en Llo Lleo al borde del inicio del toque de queda.

La conversación que habíamos tenido como dije había sido muy amarga, como para ponerse a llorar, quizás por eso dejamos que la lluvia nos mojara intensamente. Andrés quería mostrarse como buen guitarrista y compositor y yo escribía sin saber a donde quería llegar como tal y lo más inmediato que deseaba era poseer una máquina de escribir porque las que utilizaba pertenecían a diversos amigos que me las prestaban, así le aliviaría el trabajo a mi amigo poeta que solía con su firme y caligráfica letra pasarme los libretos en limpio o cuentos que escribía para mis obras de teatro infantiles, que luego conseguíamos fotocopiar. El poeta era mi principal actor dicho sea de paso por su buena voz. Pero los títeres ni las obras de teatro que hacía con la participación de mis dos amigos y colegas no daban para vivir, solo para juntar algunas monedas. Por eso recuerdo la conversación bajo la lluvia de esa noche como una conversación de las más amargas que he tenido nunca con amigos. La frustración estaba en el aire esa noche lluviosa y fría de julio. Pero yo no tenía ni siquiera la menor idea que alguna vez tendría que salir del país, Andrés tampoco y el poeta menos. Esa noche fue realmente distinta, yo sabía que algo iba a cambiar que tenía que cambiar fuera como fuera y esa noche fue la última vez que compartimos juntos tanta tristeza.

Andrés cuando era un adolescente me pidió que le enseñara a tocar la guitarra y yo que sabía cuatro o cinco acordes me puse a disposición con gusto y eso fue el principio, porque pronto el jovencito adquirió mucha presteza por sí mismo y formó o integró una banda juvenil en la ciudad y prometía convertirse en el guitarrista que anhelaba ser y al pasar el tiempo más de alguna vez le admiré desde el umbral de un local donde se encontraba actuando.

Un día supe, y no lo podía creer, que Andrés había tenido un terrible accidente del que salvó milagrosamente pero perdiendo un brazo de cuajo y el hecho de que salvara la vida era lo mejor del desgraciado suceso y yo me mantuve, pese a la cercanía como amigo alejado de él en la primera etapa de la tragedia, me dolía en carne propia lo sucedido, porque sabía lo que eso significaba en los sueños de un joven enamorado de su instrumento y de la música y conforme pasaba el tiempo, los días, meses y años, me enteraba del infortunio de mi amigo, de los esfuerzos que hacían sus padres, parientes, amigos y conocidos por ayudarle pero no había respuesta favorable del juvenil músico, nada ayudaba ni la medicina ni los profesionales de la salud mental.

No sé como pero de pronto volvimos a encontrarnos y la amistad fue larga y fructífera al cabo de un tiempo. Mi paciencia y cariño hacia Andrés me hacían dispensarle tiempo para que se desahogara, hasta que apareció la oportunidad, el hecho, la motivación perfecta, luego de una caminata por la línea del tren, a la orilla del mar...

Andrés volvió a tomar su guitarra, a la que solo de mirar le producía llanto, y ante la admiración y emoción de su madre comenzó con su mano izquierda, con toda la dificultad que es posible imaginar a sacarle sonidos débiles y apagados y a intentar a realizar acordes, pronto, con el correr del tiempo podía con cierta técnica que estaba inventando hacer sonar su guitarra y una vez pulido el estilo comenzó a cantar de nuevo canciones de moda entonces y poco a poco las suyas y así de nuevo en la ciudad volvió a reconquistar los escenarios locales, como solista, donde se le invitara y todos quedaban con la boca abierta al ver a un guitarrista que interpretaba muy bien su instrumento con una sola mano, como si no necesitara las dos, había creado una técnica especial y eso era suficiente. Poco a poco comenzó a abrirse paso en el medio nacional y su nombre comenzó a ser conocido como decía él "subterráneamente". Era en esos días cuando todavía nos juntábamos, tanto para hacer teatro infantil en los colegios, títeres o un show musical donde él era la estrella.

Y era en esos días, o en esa noche de uno de esos días, en un alero de un restaurante bajo la recia y fría lluvia de julio, cuando el poeta esperaba la última micro que había ante el toque de queda que lo llevaría a LloLleo, a la cercanía de su casa a orillas del mar, cuando tuvimos ese largo difareo amargo y triste donde no vimos una sola luz en la conversación y la tristeza como un telón de fondo de una casa de pompas fúnebres nos envolvía. Es que no había nada por delante y era hora de volver a casa y fue lo que hicimos y como éramos del mismo barrio nos despedimos con un apretón de manos y una mirada a los ojos como diciendo: "No nos vamos a rendir sin luchar, ¿cierto?" Le sostuve la mirada y partimos corriendo a nuestras viviendas acto inútil, cuando ya estábamos empapados de agua mucho antes.

Esa misma noche tenía en la cabeza una sola obsesión: escribir, escribir, escribir un cuento sobre Andrés, sobre mí y el poeta, pero iba a ser una historia muy dramática porque relataría el accidente de mi amigo, un poco de mi vida y del poeta. No estaba mala la idea porque lo que yo deseaba era destruir la mala suerte, neutralizar el estigma de fatalidad que parecía, al menos esa noche, estar en nuestra vidas. Pensaba que me podía ir mal en todo, en el amor, en el trabajo, en la libertad, en lo físico, en todo, pero menos en la literatura, en la fantasía, en el arte de soñar, de crear, de transformar el basural de la vida en un campo de golf.

Había hablado con Andrés muchas veces de eso y él me lo creía, por eso esa noche haría una linda historia dramática para leerlo en la radio o publicarlo en la prensa local. Andrés sería el protagonista y yo alguien, quizás el consejero, profesor o guía y estuve pensando por donde comenzar. De pronto me dije ¿y por qué no escribo el mismo cuento para niños mejor? Y me puse a divagar hasta que nacieron los personajes: un grillo (yo), un niño prodigio que sufrió un accidente (Andrés) que quería ser violinista y el resto fue apareciendo en la medida que comencé a escribir "nuestras vidas" y estuve toda una noche tecleando en una pequeña maquinita de escribir que me prestó un amigo que tenía un kiosco de diarios y me quería mucho. Debajo de una lámpara escribí como posesionado de un poder extraño, lo que significaba que no me dejaría abatir y esa era la respuesta mía: escribir, ahí estaba mi potencia, mi poder, mi fuerza, mi talento mi esencia humana. Ya de mañana acabé la historia infantil que titulé: Sinfonía para violín alegre en sol alto.

Como siempre mi madre, desvelada porque yo escribía tanto de noche, temiendo quizás un ataque de locura de mi parte, me iba a ver y me llevaba té o algo para comer y cubrirme la espalda y los pies, mi hermano hacía lo mismo también conmigo, pero yo tenía la fiebre de la creación.

Ese cuento cambió mi vida, porque días más tarde mi hermano me mostró un diario donde había una invitación a nivel nacional para adultos que escribieran para niños y me instó a que participara. Lo hice y gané el primer lugar y desde entonces mi vida ha ido cambiando hasta hoy.

A Andrés ya no le volví a ver con asiduidad, pero me enteraba de sus logros cada vez mayores y eso me daba naturalmente alegría, porque creo que sacó la misma energía que yo luego de esa amarga noche. Pero dejo claro que algo sabía de él, que le estaba yendo bien que todo funcionaba y finalmente perdí el contacto o lo perdimos hasta hace algunos años en que tuvimos un débil intento de cercanía y recibí entonces sus casetes.

No me sorprende, no, no me sorprende que haya recorrido buena parte del mundo con su estilo y canciones, estilo de tocar la guitarra cada vez más depurado, que está creando escuela donde le conozcan y si ha completado una exitosa gira nada menos que en la China, es porque el mundo se le está haciendo chico y quizás deba ir al mundo de mi cuento a Megalaxia también a conocer a su viejo maestro el gran DoReMif, un grillo optimista y luchador.

Hay mucho más que debiera haber escrito, pero me reservo una anécdota para una película o un guión, cuando hoy quisiera dejar el mensaje a mis lectores que sin voluntad ni siquiera vuela una hoja, que es la voluntad la que debemos entrenar, y entre más problemas, entre más dificultades más debemos emplear la voluntad para vencer todo lo que nos impide la realización, el éxito y la felicidad. Nunca debemos dejarnos abatir y tirarnos a la cama, no, debemos luchar con nuestras herramientas. Andrés con la guitarra, yo con las palabras..., cada cual con sus herramientas y talentos, porque todos tenemos talentos y capacidades que otros no tienen y todos somos capaces de vencer si nos proponemos vencer.


¿Y el poeta? ¿Robertotó, el rey de los caracoles voladores? Ya nos encontraremos con él.

 

 

Andrés Godoy HIJA-JO (Vídeo Oficial)





 

 

 

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