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01 de octubre de 2012 | COLUMNA |

La búsqueda del placer perpetuo

Por: Víctor Aquiles Jiménez H.

Así como las personas se enferman mental y espiritualmente, de la misma manera sucede también con las sociedades y sólo a través de técnicas adecuadas es posible hacer recobrar la salud tanto del individuo o de la sociedad. Ahora, con un paciente aislado es el psiquiatra, el psicólogo, el sicoanalista u otro profesional quien puede hacerle recobrar la salud; con la sociedad debe ser el Estado quien vele por la salud colectiva, con la participación de todas las instituciones educacionales, de atención pública y de la gente misma, en el reclamo de sus derechos al bienestar.

De las enfermedades de los individuos algo sabemos y hemos escuchado hablar de patologías como ser esquizofrenias, psicosis, paranoias, parafilias, maníacos, melancolías y tantas otras, pero de las enfermedades sociales solamente las podemos vincular con asuntos del "alma colectiva" que tienen que ver más con los factores laborales, económicos, identidad territorial, étnica, política, religiosa, deportiva etc. La exaltación relacionada con estos factores, de manera inconsciente o intencional pueden llegar a ser muy explosivos y fatales si entran en conflicto elementos que no atienden, ignoran o sobrepasan estos mores.

Sin embargo, tenemos enfermedades subterráneas de la sociedad que sobrepasan lo individual para hacerse sociales. Son difíciles de detectar y corregir a tiempo por su mismo origen gradual, un ejemplo de ello es la drogadicción en cualquiera de sus tipos que se introduce en el cuerpo de las personas poco a poco. Nadie nace drogadicto y su detección se hace patente cuando se presentan los trastornos y sus consecuencias en el grupo primario, es decir familiar.
Mientras no se presenten los problemas nadie actúa ante los síntomas y la invitación al consumo de drogas. En el mundo la drogadicción es un problema enorme independiente a si los países son desarrollados o en vías de serlo y hay demanda de soluciones y medios, especialización y voluntad para enfrentarla. Nos cuesta realmente reconocer que la sociedad global está enferma y Chile no es una excepción. No se trata ya de medir el fenómeno por regiones a nivel interno o mundial y entregar encuestas, encomendar vigilancia, y moralizar, sino que lo primero es reconocer que la sociedad está enferma, muy mal, grave, ¿pero de qué? ¿De qué pueden enfermar las sociedades?

Entre otras enfermedades, la más grande es la búsqueda del placer perpetuo. La desilusión es la antítesis del placer perpetuo y la tenemos gratis en todas las cosas que emprendamos. Una muestra es que cuando celebramos con tanta pasión y vehemencia el advenimiento del Tercer Milenio - que nos privó hasta de un acabo de mundo - y nos prometía un futuro esplendoroso, a doce años de la fiesta, nos damos cuenta otra vez que no tenemos nada que celebrar. Ni "Tercer Milenio", ni futuro esplendor, ni líderes religiosos, ni místicos grandiosos, ni políticos con mensajes novedosos y renovadores. El mundo sigue igual, con una crisis económica enorme, con hambrunas, enfermedades o peor, con guerras, y un terrorismo renovado e incomprensible, explotación, prostitución y perversión, drogadicción y mafias. Por ninguna parte aparecen las deseadas buenas nuevas, que den "señales" que estamos de lleno en una nueva época de oro de la humanidad. Es más, hasta meteoritos y piedras espaciales nos ofrecen los astrónomos, para que no nos aburramos en las próximas décadas y especulemos lo que sucederá cuando caigan. Visto así nos aferramos a la cultura endógena del placer y escapismo rápido estilo Mac Donald, a cualquier precio. "Estar bien, sentirse bien" es lo que conduce a drogarse a la gente. La sociedad estandarizada lo único que promueve es el placer confort y nada más. Ni el lugar donde la espalda pierde su nombre escapa al confort fabricándose un papel floreado y perfumado y servilletitas húmedas y frescas para utilizar en inoportunos momentos. El placer y la comodidad se transforman en un valor social. Vemos en el cine, la televisión y la moda, la cultura del Photoshop, con figuras y cuerpos perfectos, la belleza y juventud son los únicos valores deseables y estables. Cualquier acción placentera por mínima que sea se asocia automáticamente con la Coca Cola y las drogas. El sentido de vivir da paso al sentido del placer. El hedonismo desatado.

La vida real, sin embargo, desde el momento mismo del destete, o de la pérdida del chupete, y de la iniciación del "martirio" en el colegio, nos avisa que tendremos que sufrir para obtener algún beneficio de ahí en adelante. Entonces tendremos un "destete" continuo, una sensación de indefensión, un temor atávico a la muerte, y lo peor de todo es estar conscientes de que no entendemos para qué nacimos, peor todavía si somos pobres, indigentes o reclusos.

En todas las culturas el hombre busca disfrutar la vida, satisfacer sus sentidos. La realidad es fastidiosa, tiene complicaciones, y demanda de nosotros compromisos que no nos interesan, para obtener apenas un raspado de nuestros sueños. Por eso, mientras nos aqueje un dolor de muelas, una cesantía inacabable, el hambre perenne, la falta de medios económicos, de oportunidades, de estudios de realización personal, la competencia despiadada en la que no ganaremos nunca nada ni a nadie y con los años encima, deberemos, queramos o no, encontrar un placer sustitutorio inmediato, de lo que la vida y la sociedad nos niega sistemáticamente, porque la sociedad mientras nos dice y recomienda que busquemos el disfrute nos cierra todas las puertas y nos invita a la frustración, al rencor, al odio agresivo y corrosivo.

Como pauta cultural está tan arraigada la fórmula del placer que cuando nos despedimos de alguien le aconsejamos: "Que estés bien" "Pásalo bien" "Disfruta". "Gózala" …

En la realidad; al conectar con la realidad, hallamos de nuevo el dolor la miseria, la frustración y la postergación de todo aquello que nos podría procurar placer, por eso correremos a obtener de nuevo el pasaporte de alcohol, a la coca, pasta base, marihuana, etcétera que nos llevará lejos a otros sitios donde perderemos la conciencia de estar vivos.

La televisión, el cine, la prensa y la radio nos bombardean con imágenes de gente Photoshop perfecta, simétrica, sin imperfecciones, con paisajes de postal, sonidos placenteros inalcanzables y al desconectarnos de la pantalla y de los programas del corazón volveremos a ser grises y oscuros seres sumidos en un pozo estancado. La realidad es nuestra enemiga, nos hiere porque somos incapaces de conseguir nada parecido a lo que se nos muestra en el mundo de la abundancia en la que habitan unos seres perfectos lejanos y satisfechos; aunque sean caricaturas humanas de las comedias que representan en las pantallas.

Pero el mundo humano es contradictorio, por un lado están los triunfadores y en el otro los perdedores, ambos son seres marginados del optimismo y la felicidad y se evaden y escapan de sus mutuas realidades. El triunfador necesita celebrar su triunfo y el perdedor hacer menos amargo el fracaso. El placer del triunfo y fracaso se acentúa con una copa de vino, un cigarrillo, una ninfada de coca o un pinchazo en las venas. Todo es placer y la muerte también.

Nuestras sociedades están enfermas en la búsqueda del placer perpetuo, ese placer que debe existir en el cielo o que se puede conseguir a través del diablo.

Una sociedad que sólo es capaz de hacer creer que se puede estar siempre en un estado de goce, de nirvana, es una sociedad enferma, onanista, incapaz de alzar la vista y contemplar la vida tal como es bella y serena y no sabe mostrarnos el camino y que en vez de enseñarnos e instruirnos nos regaña, nos amarga y nos oculta el horizonte, es una sociedad enferma. No hay mensajes, sólo advertencias.

Con la pobreza nacida desde nuestras sombras es terrible saberla al acecho de la piel asegurándonos así que nunca dejaremos de ser pobres, miserables o perdedores; y en el caso contrario si somos ricos, tendremos que extremar nuestros esfuerzos y muros para no perder lo conseguido y ser asaltado por las turbas de pobres que imaginamos amenazadoras y vengativas. Para olvidarnos de esas desgracias y miedos buscamos el placer de la evasión, para sentir de nuevo la plenitud, la confianza y seguridad aunque ficticia necesitamos para sobrevivir un nuevo día…, aunque sea matándonos lentamente.

Esta enfermedad social de evasión y de temor a la realidad les conviene a algunos, porque es mejor ver a los jóvenes pobres y marginados luchando por una felicidad hechiza tosca y corta al alcance de sus bolsillos que luchando por valores altruistas que amenacen el egoísmo avaro de la cultura del placer. La enfermedad es temor a la realidad. Temor a la vida, temor a la solidaridad, porque en el submundo sólo se ama la muerte, la nada y el vacío.
Pero la realidad, si es negra, mala, desgraciada para la mayoría, debemos mejorarla con medios, con educación, con ocupación, con nuevos tipos de trabajo de acuerdo a la época de la robótica, cibernética e informática, con imaginación, con paciencia, con solidaridad, con humildad y amor. Debemos cambiar el telón de fondo de todos los escenarios, pintar sonrisas con un sol detrás en las paredes y un mensaje que diga "Aquí te esperamos". Devolver la ilusión a los niños, jóvenes y mayores y abrir las escuelas del corazón y reconocer que estamos enfermos y de que podemos sanar. No es sencillo pero tampoco es imposible, es la raza humana la que debemos rescatar.

Es la sociedad organizada, el Estado, los políticos, los científicos y artistas, las instituciones nacionales e internacionales religiosas y espirituales las que deben ser capaces de crear de buena fe el ambiente adecuado para que la gente comience a creer que el mundo no es tan negro como parece y que es maravilloso experimentar la felicidad con los brazos abiertos sin más estimulante que la vida sobre la piel. De esta forma podremos restablecer la salud de la sociedad enferma de las sociedades enfermas del mundo. La frivolidad obtusa como sistema de vida debe acabar y mostrar que la vida es más que un glamour o una guerra de ciegos frenéticos.

La vida también puede ser un proyecto individual, con metas claras, con desarrollo personal y creativo. Como asimismo puede ser colectivo, en la búsqueda de enseñanzas capaces de esclarecernos que estamos aquí en este mundo para servir, solidarizar y construir y ser al mismo tiempo diseñadores de la evolución que como especie superior entre los animales debemos imponer para que los que vengan un día sepan que hicimos algo por ellos y que fuimos capaces de sobrevivir deteniendo nuestra caída vertical a los pies de una cultura decadente y feroz, renunciando al placer de la evasión por el placer de una realidad participativa fraterna, libertaria y feliz. De esta manera podremos sentirnos integrados y artífices de una nueva sociedad que ha sanado del mal de la búsqueda del placer perpetuo.

 

 

 

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