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Un pasado obscuro y la esperanza de un futuro mejor.
 

11 de septiembre de 2012 | COLUMNA |

Evocación del 11 y el 18 de septiembre

Por: Víctor Aquiles Jiménez H.

El volantín, la cambucha y le ñecla eran las cometas voladoras chilenas por excelencia en mi época de niño. No sé si hoy los niños actuales los conozcan o hayan oído hablar de ellos o hallan hecho alguna vez uno, me refiero especialmente a la ñecla, la choncha o la cambucha. Los volantines han sobrevivido con dignidad, de eso estoy seguro y es en septiembre cuando la fiebre de encumbrar volantines y las famosas comisiones llenan los cielos de norte a sur en la larga y angosta faja del país.

La ñecla era un volantincito pequeño, casi un adorno, pero también volaban y su contrario era el pavo, un enorme volantín al que había que encumbrar o elevar con hilo de pitilla para envolver paquetes, eran imponentes y vistosos. Sin embargo, la choncha o la cambucha era de origen muy pobre y sencillo, una hoja de diario doblado de tal forma que parecía un zapato y que se elevaba con hilo de coser simplemente con mucha facilidad, pero no eran tan manejables como el volantín, eran muy porfiadas e inquietas. Pero yo tenía un tío que me hacía unas chonchas fantásticas y se elevaban tanto o más que un volantín y se quedaban tranquilita arriba en el cielo con una cola de papel para el equilibrio.

El septiembre de mi infancia, niñez y juventud fue extraordinario, porque según la tradición debíamos entrenar ropas nuevas todos y recuerdo todavía esas tenidas y ternos que mis padres me regalaban y los vestidos de mis hermanas, como a mis amigos que se lucían cada cual mejor para disfrutar de las fiestas patrias. Todavía recuerdo un traje tan hermoso que me compraron mis padres, con una tela cuadrillé tirada a marrón, claro, yo me sentía muy orgulloso con él y fatalmente rompí el pantalón con un soberbio 7 el mismo día con la cadena de una bicicleta, todavía siento pena y rabia ¡increíble!. Bueno, las golosinas de entonces eran para nosotros los niños, pelotas o nubes de algodón de azúcar, con sabor a vainilla y anilina roja, disfrutaba de ese algodón de azúcar imaginando a veces que era una telaraña y que al llegar al palo podría estar la tenebrosa y peligrosa araña escondida.

Los otros dulces típicos de entonces: los churros, turrones, maní confitado, manzanas confitadas y el infaltable refresco de mote con huesillos y un montón de juguetes de cartulinas de colores que daban vida a remolinos y pajaritos diversos. Había juguetes de papel que sonaban con un hilo engrasado con cera de miel al agitarse, he olvidado como se llamaban, pero todos los niños tenían uno y los vendían los organilleros. Era lo que había para los niños y jóvenes con los clásicos juguetes de madera el trompo, la tagua y el emboque. Los yo-yo llegaron mucho después. En la calle con tiempo primaveral se comenzaba a jugar al tombo y al luche, niños y niñas compartían esos juegos como el famoso caballito de bronce, que era saltar sobre un niño o niña que hacía de caballito para que los demás saltaran una y otra vez hasta que cometieran un error y se convirtieran en caballito de bronce. Todo eso lo recuerdo en colores, como los numerosos juegos de rayuela de los adultos, con unos enormes y pesados tejos de metal o con monedas de plata.

Es en septiembre primaveral, mes de la patria y de las ramadas creadas para celebrar le Independencia de Chile de España, fecha instituida el 18 de septiembre, en la que todos los chilenos comen, beben, y bailan cuecas tradicionales y otros ritmos con contagiosa alegría, mientras se fríen deliciosas empanadas, pescado frito, que aroman el aire, mezclado al olor de eucaliptos y pino de las ramadas que lucen vistosos letreros con doble sentido a veces, mostrando la picardía criolla y popular. Mi familia nos llevaba a todos a las fondas y sentados en una mesa se pedían empanadas de hornos, bebidas, vino o chicha para los mayores. Me llamaba la atención de la gente que bailaba cueca, los que salían a bailar sabían hacerlo bien al compás de las guitarras, acordeones, arpas, voces y panderos de artistas vestidos de huasos con plata. Me daba gusto ver a mi papá bailar cueca, tenía gracia y meneaba muy bien los rungues y mi mamá que se quedaba con nosotros le celebraba todo con orgullo. Claro mi padre venía del campo, de Melipilla y por esas tierras donde nació aprendió a bailar con gracia.

Recuerdo esa fecha a todo color y en detalles y un acontecimiento grande para los niños que llegara el 18 de septiembre, por los desfiles de los colegios y de las fuerzas armadas chilenas. Todos esos días eran mágicos, largos y felices donde todo se daba, circos, comidas sabrosas y gente muy alegre. Y como todo chico o joven normal desfilé para el 18 como alumno de colegio y soldado después ante las autoridades y mis orgullosos padres, cuando hice el servicio militar obligatorio. Todo hacía suponer que alguna vez como mi padre podría aprender a bailar cueca y en una ramada bailar ante mi hijos, pero no fue ni será así jamás, porque cuando lleguen mis nietos para que me vean y lucirme ante ellos, ya no me podré ni los pies, porque no vislumbro nietos todavía y mis hijos actuales tienen otra realidad lejos de su tierra ancestral.

El 11 de septiembre de 1973 a pocos días del 18, a causa del golpe militar, y la muerte del Presidente Allende fatalizó el mes de la patria, al menos para miles de chilenos para siempre. Están muy cercas las fechas, apenas 7 días de un crimen contra un gobierno legítimamente constituido de la celebración de la Independencia de Chile de España. Es imposible prepararse para un festejo patriótico importante, saltándose el 11 de septiembre fecha de un magnicidio feroz en contra de un presidente, de su gobierno y del pueblo que representaba. Una fecha trágica y otra feliz separadas por escasos días no parece ideal. Haciendo un esfuerzo se puede pasar por alto una de las dos fechas para celebrar una u olvidarse de ambas. El día de la Independencia de Chile, como el golpe militar no pueden ser borrados de la historia de un plumazo para que perviva solamente el más importante, debido a que ambas fechas ya son historia y la historia no se puede borrar.

¿Cuál de las dos fechas se impondrá para celebrarlas? El tiempo lo dirá, el tiempo se encargará de dar verdadera dimensión a una y otra; una es una fecha feliz y la otra una fecha desgraciada de la historia de Chile, mas ambas son parte de la historia del país y cuanto más tiempo pase más se harán visibles, el 18 de septiembre se celebra desde 1810 y el 11 de septiembre no se celebra sino es que una fecha de duelo que se lleva en el corazón desde septiembre de 1973, desde entonces se derraman muchas lágrimas en silencio sobre sepulturas tapizadas de flores. Nadie baila en esta fecha sobre las tumbas y sobre las aguas y campos de concentración, quizás alguien cante alguna lejana y vieja canción de rebeldía y de ilusión, pero en voz baja, entre dientes, o musitando un discurso aprendido de memoria, o nombrando al caído, desaparecido y al que murió lejano y triste en otras tierras. Siete días separan una fecha de otra, siete días le tomó a Dios crear la Tierra y toda vida, según la Biblia, y unas horas solamente le costó a un general, a varios generales, acabar con la alegría de septiembre para siempre, de los dichosos días de la celebración de la Independencia de Chile, pasmando la felicidad de su pueblo.

La cueca, baile nacional, sino su versión más triste quizás en el futuro sirva para recordar y conmemorar el 11 de septiembre porque este día, esta fecha nadie, ni el silencio más acérrimo será capaz de borrarla porque es como una mancha indeleble incapaz de desaparecer.

Ninguna de las dos fechas podrá imponerse a la otra porque son dos páginas de un mismo libro y el único futuro que tienen ambas dos es convivir, el tiempo se encargará de los detalles que harán las diferencias.

Lejos del espíritu festivo de estas fechas y fuera de la patria, a sabiendas del esfuerzo que hacen muchos compatriotas por mantener intacto el espíritu chileno, levantando ramadas y recreando las fiestas chilenas lo más fidedignamente posible, con huasos y cuecas tradicionales, yo lejano de todo, me limito a recordar mi infancia, mi niñez, cuando junto a mi familia, madre, hermanos y papá, lo veía danzar con gracia la cueca y me producía estupor que pudiera zapatear con tanta picardía sobre el entarimado cuando el momento lo exigía. Sonrío, aún hay patria ciudadanos.


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