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Pontus Björkman, de la organización Latinamerikagrupperna, acompañó a Chesco y Deo, a conversar con un parlamentario. Foto: Marisol Aliaga
 

22 de enero de 2011 - SUECIA

Deo y Chesco: "Hay que frenar el monocultivo de la soja en Argentina"

ESTOCOLMO: Dos jóvenes argentinos, Deolinda Carrizo, y Francesco Puig estuvieron de visita en Estocolmo esta semana, para encontrarse con representantes del gobierno, defensores del medio ambiente y agrupaciones políticas. El motivo de la visita era dar a conocer los estragos que el monocultivo transgénico de soja ocasiona en el medioambiente y las violaciones a los derechos humanos que se están llevando a cabo en Argentina, donde más del cincuenta por ciento de la superficie agrícola del país se ha destinado al cultivo de soja. Y, a pesar de que la soja es tratada con agrotóxicos prohibidos en Europa, la exportación a este continente continúa.

Por: Marisol Aliaga

Para nadie es una novedad que el clima, en todos los puntos del planeta, se ha “vuelto loco”. A inundaciones de características bíblicas les siguen sequías, incendios y temperaturas de más de 45 grados Celsius, en distintos puntos del globo. Los medios de comunicación muestran lo que sucede, pero pocas veces se preguntan del por qué. O, simple y sencillamente, culpan al efecto invernadero y al calentamiento global de todos los males de nuestro maltratado planeta Tierra. El único que tenemos.

Sin embargo, después del testimonio de la pareja argentina acerca de lo que sucede con el monocultivo de la soja, la respuesta a los cambios climáticos toma otra dimensión. Cuando más de la mitad de la superficie agrícola de un país tan grande como Argentina se destina al cultivo de un sólo producto, cuando se obliga a la tierra a dar dos o tres cosechas al año, y cuando se usan herbicidas directamente tóxicos - incluso prohibidos en Europa - , las consecuencias en el medio ambiente no pueden ser menos que devastadoras.

Porque todo lo que se hace en un lugar del globo, repercute en todo el planeta, ya sea a corto o a largo plazo. Y el comerse un rico bife y tomarse un vaso de leche sueca no tiene nada que ver con el monocultivo de soja en Sudamérica. ¿O si?

Para que las vacas crezcan bien se requiere, por ejemplo, de una buena fuente de proteínas. Los granos de la soja tienen un alto contenido proteico, y su importación resulta barata. De la soja que se importa a Suecia, el 90 % se usa en alimento para vacas, cerdos y pollos. Estos animales crecen bien, y a un precio conveniente para sus dueños, quienes suponen, además, que los granos de soja están completamente limpios de los venenosos herbicidas (glifosatos) con los cuales son fumigados los cultivos. Sin embargo, ¿se puede estar seguro de ello? Y, ¿qué significa, para los campesinos y los pueblos originarios de América Latina, este monocultivo?

Lo que contaron Deolinda y Chesco, en Estocolmo esta semana, fue alarmante. Y, según ellos, no es la primera vez que las grandes transnacionales arremeten en contra de la naturaleza y de los pueblos. Cuando la pareja contó que alrededor de 100 000 familias de campesinos e indígenas han sido desalojadas de las tierras de sus ancestros, mientras unas 100 000 más están en conflictos por posesiones, la pregunta de los políticos suecos fue siempre: “¿Pero ellos recibieron dinero por sus tierras? Sin entender el ´modus operandis´ de los terratenientes, que usurpan los terrenos de los indígenas y los campesinos, quienes no pueden seguir cultivando lo que han cultivado por siglos. Con todo lo que esto significa para la biodiversidad de la zona en que viven.

¿Por qué el gobierno argentino permite esto? Se preguntó, entre otros, el parlamentario socialdemócrata Pyry Niemi, con quien la pareja tuvo una reunión, el miércoles. “Porque a la soja se le aplica un impuesto de un 30 % ciento”, fue la respuesta de Francesco, “en comparación al 5 % de otros productos”. Mientras más alta la producción de soja, más impuesto se le aplica, y más se engordan las arcas nacionales, a costa de los campesinos e indígenas, que sufren las consecuencias del monocultivo transgénico de la soja.

¿Cómo comenzó todo?

La producción de soja genéticamente modificada, (GM), ha tenido un aumento gigantesco, las exportaciones de soja llegaron a los 16.5 mil millones de dólares, en el 2008. Argentina ocupa el tercer lugar en la producción de soja en el mundo, después de EE.UU. y de Brasil. Y la aprobación de la misma fue, sin duda, bastante singular. Fue la misma empresa, Monsanto GM, la que elaboró el informe de 180 páginas - la mayoría en inglés, y sin ser traducido al castellano - en el que se basó la Secretaría de la Agricultura para la aprobación de la soja GM en la Argentina. No hubo estudios acerca del impacto ambiental, consulta pública, discusión parlamentaria o legislación al respecto. En 1996 se permitió la soja modificada genéticamente, y fue entonces que comenzó el infierno para miles y miles de campesinos e indígenas argentinos, a quienes les contaminan las aguas y los terrenos, cuando no se los quitan.

Los jóvenes argentinos explicaron que la empresa Monsanto, es dueña de un “paquete tecnológico”, lo que significa que la transnacional es dueña tanto de la patente de la semilla de la soja GM como del herbicida con el cual se rocían los cultivos: el glifosato (Round Up). La empresa controla el 90 % de las semillas transgénicas que se comercializan a nivel mundial y cada año aumentan los millones de galones de glifosato que se usan en los cultivos de la soja, la única resistente al herbicida. En invierno, se fumigan las cosechas, para matar las malezas, y luego se plantan las semillas sin arar el suelo, en lo que se llama “agricultura sin labranza, o directa”. En superficies que representan más del 50 % de la superficie agrícola de la Argentina y obligando a la tierra a dar dos – a veces tres – cosechas al año.

Un negocio redondo para los grandes consorcios, como Monsanto, que en Internet se promociona como " una empresa verde”.

Fuera de eso, las transnacionales utilizan herbicidas cada vez más fuertes y cada vez en cantidades mayores, en el cultivo de la soja transgénica. Deolina y Chesco explicaron que las fumigaciones terrestres y aéreas envenenan el agua y las tierras, y ocasionan, obviamente, graves problemas sanitarios, abortos, defectos de nacimiento y aumento de cáncer, en las comunidades que lindan con los cultivos de soja. A pesar de que los herbicidas que se usan están prohibidos en Europa. “Nosotros venimos a contar esa parte, queremos contar los efectos del monocultivo y de la demanda de soja desde Argentina”. Según ellos, los europeos están al tanto de algo, pero no saben detalles. “Hay que frenar la soja y el monocultivo. Hay que tratar de ponerle un freno, para que quienes la compren, no lo hagan. Es necesario que se sepan las consecuencias del monocultivo de la soja transgénica, no sólo desde el punto de vista del medioambiente, sino también social, de cómo los campesinos e indígenas, que son desalojados de sus tierras pasan a engrosar las villas miserias, en los suburbios de la ciudad. De cómo se pierde el control de lo que se come; de los dos millones de cabezas de vaca que se pierden anualmente. De que se necesitan 500 hectáreas de tierra, por lo menos, para producir la soja, y que esta cantidad de tierra – debido a la mecanización – produce un puesto de trabajo, en comparación con los 35 puestos de trabajo de un cultivo diverso y tradicional”.

Deolinda y Chesco pertenecen al Movimiento Nacional Campesino Indígena, MNCI, el cual, a su vez, forma parte del Movimiento Campesino de Santiago del Estero, (Mocase). Internacionalmente pertenecen a la organización Vía Campesina. Desde hace ocho años vienen luchando por dar a conocer la problemática que afecta a las comunidades campesinas e indígenas.

Mujer.se conversó brevemente con Deolinda Carrizo, quien nos contó que trabaja en el área de comunicaciones y de jóvenes. Ella vive en Santiago del Estero, al sur de Argentina, junto a su compañero, Chesco, y a sus dos hijitos. Deolinda coordina una de las cuatro radios comunitarias que tiene la organización, una de ellas trabaja con paneles solares.

¿Cual es el motivo de vuestra visita a Suecia?

- Un poco el presentarnos como Movimiento Nacional Campesino Indígena, el cual está presente en 12 provincias de la Argentina y abarca a más de 20 000 familias campesinas, indígenas y urbanas. También queremos encontrarnos con los compañeros de SAL (“Latinoamerikagruppen”, en Suecia) y otras organizaciones que estén trabajando sobre el tema ambiental, contra el monocultivo de soja transgénica y su utilización de agrotóxicos. Queremos intercambiar esa experiencia, esa mirada, de los trabajos que se están haciendo.

¿Qué apoyo creen Uds. que se puede obtener, desde acá?

- Bueno, queremos saber que sucede acá y que se tenga también en cuenta de que en Argentina hay un actor político dentro de lo que es el sector campesino, indígena y urbano que desde hace tiempo ha sido excluido de espacios donde se toman decisiones que nos perjudicaban directamente. Y luego, básicamente, la difusión de esa problemática, de lo que significa el monocultivo y la exportación de soja transgénica desde Argentina y América Latina. Mucha de esa exportación va dirigida a muchos de estos países de Europa o de la misma Suecia, quienes los van consumiendo sin tener tal vez la posibilidad de saber como se esta produciendo y cuales son las alternativas que estamos proponiendo nosotros. Queremos concientizar, sensibilizar, decir que hay otras formas de producir y de consumir los alimentos, en cada uno de los países.


 
 
 
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