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Andrea Gaytán y Jan Myrdal
Andrea Gaytán Vega y Jan Myrdal en Varberg. Foto: Isolde Luján Gaytán.
 

06 de junio de 2012 | SOCIEDAD |

Jan Myrdal: "El trabajo y el sexo dan sentido a la vida"

La historia de amor entre Jan Myrdal y Andrea Gaytán Vega tiene ribetes que muy bien se adaptarían para una novela romántica contemporánea. Se conocieron hace años y han mantenido una amistad que con el tiempo se transformó en pasión.

Ella le propuso matrimonio, al poco tiempo después de haber iniciado su relación. "Uno entonces no puede decir que no", dijo el escritor, cuando comentó el hecho. Se convirtieron en marido y mujer y todo fue color de rosa hasta que aparecieron los problemas que finalmente culminaron en una separación, a fines del año pasado.

Pero la relación no terminó allí. Cuando la separación parecía ya definitiva, sorprendieron a todas sus amistades con una reconciliación de película. "Andrea y yo estamos atados el uno al otro", explica Jan Myrdal, en el texto de su autoría, que hoy presentamos en Magazín Latino.

Sin embargo, no todos los amigos han visto con buenos ojos la reconciliación. Uno de ellos, Lasse Diding, declaró en una entrevista reciente en Svd, que: "Sería mejor que Myrdal pensara solamente con la cabeza".

Y es eso, justamente lo que hace Jan, con gran capacidad de autorreflexión y autoanálisis explicando en este texto las razones de su reconciliación con Andrea, defendiendo, además, el derecho al sexo y a escribir acerca de los placeres de la carne, a los ochenta y tantos años de edad.

Por: Jan Myrdal. Traducción: Julián Diez Fernández

Cuando Aftonbladet publicara el viernes 30 de marzo un artículo sobre la anulación del proceso de mi divorcio con mi esposa Andrea, escribí un texto que era a la vez esencial, deliberadamente franco y descarnado. Después lo publiqué en Klassekampen, en Noruega, y ahora en Flamman, Suecia. ¿Por qué?.

Pues, porque en medio de toda la emancipación oficial percibo también, dentro de eso que es llamado el ala izquierda, que lo que nos impulsa bajo la superficie de la consciencia - tanto a ti como a mí - fácilmente se elimina, reduciéndolo a la técnica y al romanticismo. La pasión, lo sexual.

Escucho en la radio a algunos periodistas que dicen no entender lo que quiero decir con que "dos fuertes instintos dan sentido a la vida: el trabajo y el sexo". Bueno, ni saben mucho de Friedrich Engels ni pueden tener mucho contacto con la tradición intelectual de izquierda de la década de los 30 en Escandinavia. Lo que me guio hace setenta años cuando me posicioné políticamente a la vez que inicié mi vida sexual activa. Lo que aun me sigue guiando.

Otra razón era que escribí conscientemente como en un reto contra el odio al envejecimiento, que es tradicional en nuestra cultura sueca. Un trabajador de 85 años de edad que todavía alcanza el orgasmo es, para el pensamiento correcto (también de la izquierda), una abominación.

Pero así es:

ACERCA DE LO ESTRICTAMENTE PERSONAL QUE NO ES PRIVADO

Lo he escrito anteriormente y sigue teniendo validez. Dos fuertes impulsos internos dan sentido a la vida: el trabajo y el sexo. Ahora publican los periódicos que Andrea Gaytán Vega (mi esposa) y yo hemos decidido no continuar el proceso de divorcio para continuar nuestro matrimonio, esta vez sin convivir.

Esto voy a tratar de explicar y esclarecer ya que no es privado, sino que nos afecta a todos de forma profundamente personal.

Pero primero una observación. Los conflictos entre nosotros y alrededor nuestro no fueron secretos, sino extremadamente públicos e involucraron a muchos. Algunos reaccionaron fuertemente. Ella se lanzó al ataque directo – en esencia incorrecto, pensé yo - en contra de ciertos amigos. Me denunció - por motivos no válidos, quise decir yo - por maltrato y amenazas. Una acción de parte suya que me habría dado una larga pena en prisión si no hubiera sido porque el tribunal de primera instancia, acertadamente, no hubiese archivado el caso. Yo no digo que sea cuestión de hacer borrón y cuenta nueva, sino de investigar y desarmar.

Una vez que esto está escrito, pasemos al tema en sí. Lo personal que es público; lo sexual, lo que nos rige en lo más profundo de nuestra personalidad.

Andrea y yo somos distintos. O tanto ella como yo lo somos. Ella era la presidenta de Fackligt Aktiva Invandrare (Organización de Inmigrantes Activos Sindicalmente) y ahora forma parte de la directiva de los socialdemócratas aquí en Fagersta. Yo soy un comunista sin afiliación. Aunque estamos de acuerdo en temas como que la guerra de Suecia contra el pueblo de Afganistán es injusta. No tenemos el mismo gusto en el arte (a ella le gusta Frida Kahlo y Picasso, hacia quienes mis dudas son conocidas), no tenemos el mismo gusto musical y leemos libros completamente distintos.

Reaccionamos de distinta manera y Andrea tiene conflictos - a menudos graves - con personas cercanas a mí y viceversa. Incluso en lo más fundamental somos culturalmente completamente distintos. Claro que se largos pasajes de memoria, del Lutero que nos definió, pero carezco completamente de credo alguno. Para Andrea, mexicana, Nuestra Señora de Guadalupe es decisiva, aunque en lo que se refiere a su iglesia no es especialmente ortodoxa.

Sin embargo estamos atados el uno al otro. Bonded (atados) lo diría en inglés. Brecht – quien sabía mucho de esto - escribió una balada acerca del tema, de la esclavitud sexual. La traducción de Ebbe Linde es complaciente:

"Ahora hay uno allí en la horca, en el último palo,
la cal para empolvarlo ya la han comprado
su vida pende de un hilo y el hilo está quebradizo
¿Y qué tiene el muchacho en la cabeza? - Chicas.
Justo bajo la horca él irá.
¡Es la tiranía sexual!"

(Ópera de los tres centavos, Tiden 1957, s. 124. Trad. Ebbe Linde).

Sin embargo bonded, hörigkeit, o, en sueco, esclavitud, no concuerda literalmente. De lo que estoy escribiendo es de un vínculo fundamental. Algo que la mayoría de nosotros ha experimentado alguna vez, pero de lo que no oigo hablar en la pedagógica "Ligga med P3" (Acuéstate con P3), en la que por otro lado puedo enterarme de a qué sabe el esperma, cómo se masturban las chicas y en qué hay que pensar si uno tiene dificultad para bajar el prepucio.

Me escriben exhortándome cómo evitar a Andrea. Otros le escriben a ella de cómo cuidarse de mí. Pero tan calculada la vida no puede ser.

Tampoco lo fue hace doce años, cuando nos vimos por primera vez en la exposición de Tina Modotti en el Museo de Arte Moderno (Modotti, una mujer que - tanto intelectualmente, artísticamente como sexualmente - había vivido en mis sueños desde la primera vez que vi sus fotos y a ella misma como Weston y Diego Rivera habían dado forma a su cuerpo). Andrea y yo nos miramos el uno al otro y nos detuvimos allí.

Reaccionamos los dos. Es dificil decir qué es lo decisivo. Tal vez las feromonas o los movimientos o el timbre de voz. En cualquier caso, algo profundamente conmovedor. Gun Kessle, que me conocía muy bien - estuvimos juntos durante 52 años hasta que ella falleció - se acercó hasta donde estábamos y me dijo, apartándome a un lado:

– A esa chica la dejas estar.

Gun se hizo después buena amiga de Andrea. La protegió de mí, se podría decir. Yo ni siquiera intenté ligar - como se dijo - con Andrea.

Cuatro meses después de la muerte de Gun, cuando Andrea estaba aquí para ofrecerme una cena mexicana fui sin pensármelo dos veces por la noche a la cabaña donde ella iba a dormir y, sin que ninguno dijera una sola palabra, pasamos juntos una noche fogosa. Después de habernos encontrado dos veces más, a raíz de que febrero tuvo 29 días, me llamó y me propuso matrimonio.

Sería incorrecto decir que después el matrimonio sólo fue sexualidad. A pesar de todas las diferencias había amistad también. Fidelidad, en sentido sexual, además. No me interesaba lo más mínimo con qué hombres había estado, de igual modo que ella nunca me preguntó sobre mujeres. Pero no íbamos a tener un desliz sexual mientras estuviésemos juntos.

Sin embargo, después de un último año marcado por intensos conflictos, seguidos de frialdad sexual y finalmente de peleas descomunales, el matrimonio se convirtió en un infierno en el que también los amigos se vieron afectados. Escribimos al juzgado para nuestro divorcio. Enfados, peleas. Andrea habló con Aftonbladet sobre mi bajeza y de cómo los amigos nos engañaban. Pero en lo material nos pusimos de acuerdo sin discusiones ya que esas cosas me dan igual y ella se hizo de una vivienda apropiada.

Ya había pasado todo. Me enteré de que había encontrado un nuevo chico, escribió sobre ello con fotos y todo en Facebook. Iban a mudarse para vivir juntos el primero de abril y tal vez incluso casarse en el futuro, cuando el juzgado hubiese dictado sentencia y ella fuese libre para hacerlo. Yo también busqué pareja. No es bueno que el hombre viva solo.

A Jan Myrdalsällskapet (Sociedad Jan Myrdal) en Varberg doné mis pertenencias, más o menos un kilómetro de libros, entre los que había colecciones (excepto la exposición "Cuando la calle tomó el poder mediático", con la que estoy trabajando) y mi hija, Eva Myrdal, donó allí la biblioteca de la India. El derecho de autor después de la muerte es una abominación, todo lo que yo he hecho sería, por lo tanto, de libre divulgación. De por sí, mis padres habían hecho lo mismo con su obra y sus derechos de autor. En ésto éramos iguales. Cuando se hubiera hecho la mudanza, vendido la vivienda y pagado el impuesto por las ganancias, no poseería nada más que el derecho de sepultura que mi abuelo compró en Gustafs antes de morir en 1934. Ese derecho es vigente hasta el 2034 o hasta veinte años después de mi muerte si tuviese una larga vida. Allí está enterrada Gun y allí lo estaré yo cuando muera.

Los amigos me ayudan con la mudanza. Todo se marcó, metro tras metro de estantería y se embaló en cajas debidamente etiquetadas para que pudiesen ser colocadas sin dificultad. Uno tras otro se habían ido todos los camiones. Para mí era como una gran libertad. Había estado recientemente en una feria del libro en Leipzig, donde se lanzó la versión en alemán de mi libro sobre el levantamiento en la India. Estando allí había recibido una llamada telefónica en la cual se me comunicaba que viajaría directamente a Bangladesh.

Iba a estar tres días en casa. Llamé a Andrea para que recogiese una caja con documentos, calificaciones y cuadernos de apuntes así como otras cosas suyas que había en la cabaña contigua. Cuando ella vino después, ambos reaccionamos fuertemente. Pero justo cuando di un paso hacia ella sonó el celular. Era el embajador de Bangladesh que quería hablar conmigo. Durante la conversación vi como Andrea retrocedía. Cuando la llamada concluyó corrí hacia el coche al que ella ya había alcanzado, pero solamente hizo un gesto de despedida con la mano y arrancó el coche.

Se demostró que hizo bien, porque durante el trayecto a Fagersta le rezó a la Virgen, "la Guadalupana", para saber que hacer.

Cuando llegó a casa se lo dijo a su chico. Entonces él se levantó, llenó un par de maletas y se mudó a casa de su madre.

Cuando volvió estaba, por lo tanto, libre. Incluso yo lo era, ya que había roto con la mujer a quien había estado rondando. Tuvimos una noche de sexo tan fogosa como la de cuatros años atrás.

Cuando despertamos buscó directamente mi anillo de boda, que estaba en la mesilla de noche, tirado entre cachivaches, me lo puso en mi dedo anular y dijo:

– Tú eres mi marido.

Le dije que era tonta - tal vez dije: "idiota" - escogiéndome a mí cuando ella podría estar con un cuarentón con buenos y estables ingresos. Yo soy viejo, no poseo nada, tengo una baja pensión e inestables ingresos de escritor. Ella dijo que eso no importaba. Ahora sabía que era a mí a quien quería tener sexualmente. Cuando dijo esto me puse cachondo inmediatamente.

Vamos a tener una convivencia aparte, särbo, como se llama. Tampoco hay ni unión económica ni responsabilidades entre nosotros en lo que a capitulaciones prematrimoniales se refiere. Hemos razonado acerca de como vamos a evitar conflictos y a no involucrar en éstos a los amigos o hacerlos públicos, si se ocurriesen.

Espero que tengamos éxito. Pero lo que hace que este relato no es para nada privado, a pesar de ser personal, es que esto no sólo nos ocurre a nosotros dos. Profundamente dentro de cada persona viven sentimientos e impulsos incontrolables de los que no somos responsables. En el mejor de los casos podemos ser más conscientes de que existen y buscar dirigir los acontecimientos lejos de las catástrofes.

Jan Myrdal.

 


 
 
 
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