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Sequia en Africa

Imagen del 27 de julio, cuando Minhaj llegó al campamento, y pesaba 3,4 kilos. Foto: Aftonbladet.

 

08 de agosto de 2011 |MUNDO |ÁFRICA

Millones pueden morir por la sequía

ÁFRICA: Abdifatah, de dos años, es uno de los muchos afectados por la peor hambruna en 60 años
Abdilfatah cruzó el desierto. Se demoraron 32 días. Con las piernas aferradas a las caderas de su madre.
Cuando lleva su mano a su rostro, tiembla del esfuerzo y debe bajar el brazo. Queda colgando y las moscas pegadas. En los ojos y en la nariz.
Con suero y alimento a través de una sonda, su condición se estabiliza.
El sol y la sequía le comieron el cuerpo desde adentro. Solo le quedan los huesos y la piel, que le queda demasiado grande. Ayer entró en choque. Los médicos pensaban que había terminado. Otra pequeña fosa que excavar.

Fuente: Aftonbladet. Traducción: Magazín Latino


- Esperamos que se mejore, pero no sabemos. Oscila entre la vida y la muerte, dice una enfermera en el hospital provisional.

Ahora todo estaría bien, o al menos, mejor que antes.

"Huyeron en búsqueda de ayuda."

Así pensó la madre de Abdilfatah, Ido Jaylani. Si solo llegamos a Kenya, recuperamos la vida. Entonces, no necesitaremos vivir de hojas marchitas.

¿Cuánto han caminado?

Ella no sabe. Pero vienen de la aldea de donde viene en Somalía, hay 400 kilómetros hasta Dadaab, si se dibuja una línea recta en el mapa.

- Huí de la sequía y la guerra en búsqueda de ayuda. Sabía que aquí había gente que nos daría comida, dice ella.

Pero la barriga de su hijo no recuerda ya lo que debe hacer con la comida.

Todo alimento le pasa directamente por el cuerpo. Se transforma en una mancha húmeda en el suelo que ella cubre con un poco de arena.

Según Médicos sin Fronteras, más de un tercio de los niños que llegan de Somalia al campamento en Dadaab están gravemente desnutridos y/o deshidratados.

Muchos de ellos moribundos.

La misma cantidad murió en el camino.

Cada tarde hay imponentes nubarrones en el horizonte.

Cada mañana han desaparecido.

Solo quedan nubes grisáceas cuando la temperatura sube a 40 grados. En día en agosto del año pasado, llovió. Antes de eso nadie recuerda cuando llovió.

Cuando dejamos Dadaab el jueves nos llegó la noticia de que finalmente había caído una llovizna, pero era como mantener una gota de agua en una caja de arena.

La extrema sequía llega regularmente al cuerno de África. Sabe levemente a metal y se pega en todas partes como un polvo invisible.

Los ciclos se condensan y las alarmas de los investigadores del clima son concluyentes. África es una de las áreas más duramente afectadas por el calentamiento global.

Varias estaciones de lluvia no han llegado, más que nunca antes.

La sequía mata a millones. Dos millones esta vez, teme la ONU.


Las distancias son muy grandes

Somalia es la más duramente afectada, su población es en gran parte, nómada, tienen costumbre de mudarse para poder vivir de lo que da la naturaleza.

Pero ahora la naturaleza ha dejado de dar. La distancia para encontrar comida y agua es demasiado grande. Entonces no les queda otra cosa que emprender la gran migración
Son pocos los que creen que volverán a ver su tierra.

- Huimos de la sequía, la hambruna y la guerra, dice Ido Jaylani.

Con esas tres palabras ella habla por todos los refugiados que encontramos. Sequía, hambruna y guerra. Ellas abarcan enfermedades, persecución, tortura y violaciones.

Somalia ha sido durante 20 años un país sin ley. Sacudido por una guerra civil que nadie entiende. De un antiguo sistema de clanes, se levantan señores guerreros que controlan grandes territorios. Viven en el caos en la huella de la guerra.

En el sur de Somalia, hacia la frontera con Kenya, gobierna al-Shababd, considerada por los servicios de inteligencia como una de las organizaciones terroristas más peligrosas del mundo.

Se han negado a dejar pasar la ayuda de la ONU con comida y agua a una de las partes más afectadas del país. Muchos de los que tratan de huir son detenidos en el camino.

A Dadaab llegan los refugiados como siluetas al amanecer a través de la alta y seca vegetación.
Grupos silenciosos de gente que llevan sus vidas en mantas en sus cabezas.

La caminata la hacen en la noche. Cuando anochece pueden caminar sin quemarse los pies en la arena.

Afuera de uno de los tres campamentos en Dadaab, el más grande Dagahaley, se reúnen los recién llegados.

-Llegan entre 500 y 1500 personas cada día, dice David Oswaldo, que trabaja para el órgano de la ONU UNHCR.

Los tres campamentos Ifo, Hagadeera och Dagahaley ya hace tiempo que están repletos. Fueron construidos en la década de los 90 cuando la guerra en Somalia comenzó y la primera corriente de refugiados cruzó la frontera.

Los campamentos son para 90 000 personas. Hoy día viven allí alrededor de 470 000.

- He trabajado aquí 12 años. Esta es absolutamente la peor situación que he visto, dice David Owaldo.

Trata de organizar el caos. Priorizar. Hay que hacerlo.

No hay lugar para todos. Él dice quién puede entrar y quien tiene que quedarse fuera. Primero los más enfermos. Algunos colapsan ante mis ojos, dice él.

12,2 kilos de comida. Es lo que las organizaciones de ayuda le ofrecen como ayuda de emergencia para dos personas los primeros 21 días en el campamento.

- Es suficiente para sobrevivir. Es comida con mucha energía, sal y aceite, cuenta David Owaldo. Pero para muchos refugiados pasa tiempo antes que sean registrados. Ellos no tienen de donde sacar comida.

Los asentamientos en Dadaab es un organismo creciente e incontrolable. A miles de recién llegados no se les deja entrar ya que no hay espacio en los campamentos. Se ven obligados a mirar la ayuda y vivir bajo condiciones que ni siquiera se pueden describir como sencillas.

Al mismo tiempo hay un nuevo campamento Ifo2, listo y vacío unos kilómetros más allá.

- Hay viviendas, agua potable y sanitarios dice David Owaldo. Describe su frustración. La sensación de impotencia.

- Ifo 2 costó más de diez millones de dólares, pero el gobierno de Kenya se niega a abrir las puertas por miedo de que atraiga a aún más refugiados.

- Kenya es un país pobre. Necesitamos ayuda de todo el mundo para poder enfrentar esta catástrofe. Aceptamos nuestra responsabilidad, pero no podemos llevarla solos, dice David Owaldo.

Estas últimas líneas las escribo de vuelta en Suecia.

¿Cómo estaba la cosa por allá? Me pregunta la mayoría

Cada vez surge el mismo pensamiento en mi cabeza - es extraño como algunos recuerdos se pegan y se niegan a soltar los detalles.

Veo frente a mí un montón de zapatos, justo afuera de las rejas del campo. Zapatos usados, cansados. Donados a la caridad.

Donados, decimos, como si fuese un sacrificio.

Un par de ellos se destacan del montón. Son amarillos y tienen un cocodrilo verde al lado. Son prácticamente nuevos.

Lacoste, piensas. Pues es lo que un cocodrilo verde en un par de zapatos significa. Eso es importante.

Mi cerebro alcanza a reflexionar lo mismo cuando estoy mirando el montón de zapatos.
Lacoste.

Detrás de mí una niñita cae de rodillas, exhausta.

No alcanzó a abrir su envase de leche.

Aftonbladet 02-08-2011/
Erik Wiman


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