Por: Mónica Álvarez (*)

¿Qué es una declaración de guerra? En la actualidad la definición ha perdido toda validez no por su falta de uso sino porque las necesidades actuales de acción rápida, para asegurar objetivos económicos, la ha puesto fuera de juego.

Hoy, un tsunami, el Magreb revuelto y algunos estados árabes como Bahrain y Yemen, sirven para que otros países acudan con armas en la defensa de la democracia y de los derechos humanos y de paso, hacerse de enclaves estratégicos desde la antigüedad. Iraq, Bahrein, Afganistán, etc.

El común denominador de estos países es el petróleo. Pero mientras que internacionalmente se ve con naturalidad el envío de tropas a Bahrain por parte de Arabia Saudita y Emiratos Árabes para acallar los pedidos de mayores libertades la contrapartida es apoyar los elementos desestabilizadores en los otros países y utilizar misiles y bombas para obtener los beneficios de antiguo lema inglés, divide y reinarás.

Tan falta de seriedad es la declaración bajo la cual el Consejo de Seguridad decide el ataque a Libia como las palabras de Mahmud Ahmadineyad que si bien ciertas son sólo declamatorias: "En todos los lugares del mundo hay que respetar la opinión del pueblo; es el pueblo el que tiene la soberanía y el que gobierna tiene que respetar los derechos del pueblo". O como la intervención de al Qaeda en los asuntos libios en boca de Muamar el Gadafi. Una vez más el signo del petróleo pone su sello en los destinos de un país.

En este marco, todo se resume en una expresión de deseos de la gente de a pie y de los idealistas, ajenas a los movimientos e intereses que mueven al mundo de unos pocos pero cuyas consecuencias económicas o represivas también sufren de los efectos dominó generados por quienes utilizan a los gobernantes y a los disconformes como piezas del juego Estrategia.

Lamentablemente la realidad no es lúdica.

(*) Mónica Álvarez es columnista invitada.