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Bella imagen en sepia. La madre de la columnista: Rosalba Acosta Madrid.
 

30 de mayo de 2011 | COLUMNA

A todas las mujeres que son madres
     

Por Lilian Aliaga

Hoy en día, ser madre pareciera no ser el destino natural de toda mujer, sino más bien una opción de vida. Cada vez más mujeres descartan la maternidad, aduciendo múltiples razones. O simplemente la van postergando tanto que finalmente cuando se deciden, ya es tarde.

Muchas mujeres prefieren dedicar todos sus esfuerzos a desarrollarse en el campo laboral. Sobresale el buen pasar económico y todo lo que ello puede significar: adquirir bienes, casa, auto, viajar y más.

Para otras, tener hijos es sinónimo de pérdida de la tan preciada libertad, es mucho más fácil la vida sin ellos…

Habrá quienes se niegan a esta posibilidad por temor a tanta responsabilidad, tal vez sus experiencias de vida condicionaron sus temores. En fin, lo cierto es que cada vez es más frecuente encontrar mujeres que ya pasaron hace tiempo la edad ideal para tener hijos y todavía continúan pensándolo.

Recuerdo que muchas mujeres de mi generación, en especial quienes trabajábamos en el área de la salud, nos apurábamos en ser madres antes de los 29 años, para no ser catalogadas como primípara añosa, feo término que en el lenguaje médico, denomina a las mujeres que tienen a su primer hijo pasada esa edad.

Sea cual sea finalmente el pensamiento de cada mujer al respecto, lo cierto y lo lindo es que el germen de la maternidad está en todas y no me refiero sólo a lo físico sino más bien a lo espiritual. A aquella capacidad de la mujer de contener, de sacar fuerzas de flaqueza en toda circunstancia, de conciliar, de ser múltiple, de amar maternalmente ...

Los hijos nos quitan la libertad, nos amarran "de por vida", - cierto, de certeza absoluta - pero dudo que haya una madre que reniegue de ello.

Lo mismo que los dolores de parto desaparecen en el instante mismo en que el pequeño llega a nuestros brazos, todas las penurias que muchas veces pasamos junto a los hijos se olvidan, cuando algo les sucede o les afecta, y estamos siempre dispuestas a luchar por ellos, una vez más. 

Cualquier cosa que esté ocurriendo en el trabajo, en la relación con el marido o pareja, con nuestra salud, o que se el mundo se esté viniendo abajo ... nada importa, cuando es un hijo quien nos necesita o está sufriendo. Nuestra alegría, nuestro bienestar, desde que somos madres pasa a depender del bienestar y de la felicidad de ellos. Pasamos a ser seres completamente vulnerables por una parte, pero a la vez tremendamente poderosas; como escuchaba hace poco decir en una entrevista a Nicole, joven, talentosa y bella cantante chilena: “Ser madre me ha transformado en una leona”, así nos transforma la maternidad.

Siempre recuerdo episodios de mi niñez,  en los cuales veía a nuestra madre, el ser físicamente más frágil, etéreo, tierna y hasta tímida, que se pueda imaginar, transformarse en una "super woman", en momentos en los que algún peligro amenazaba a cualquiera de nosotros. Como cuando sacaba, desde un dormitorio, de uno a uno a mis tres hermanos pequeños durante el primer terremoto del que tengo memoria, y con los dos más pequeños en un brazo, luchaba con el otro, por abrir la puerta de la calle.

 O la ocasión en que mi hermana pequeña enfermó gravemente y en el hospital, el médico de turno que era además un hombre grande y déspota - como lo eran muchos, en aquellos años en que a los médicos se les rendía pleitesía, y su palabra era prácticamente sagrada - se negaba a examinarla en forma más prolija. Ella plantada delante de él, como David frente a Goliat, con la pequeña en brazos exigiéndole que le hiciese examen de Rayos X y que no se movería del lugar, aunque llamase a la policía. El episodio terminó,  por supuesto con mi hermana hospitalizada por varios días porque padecía neumonía, como lo mostró finalmente el examen.

A todas las mujeres que son madres, a las que serán y a las que llevan el germen de la maternidad, mi afecto, admiración, solidaridad y también mi comprensión,  y a todos los hijos e hijas, un inmenso amor de madre y también una disculpa, si lo hicimos mal, no fue por falta de amor, tal vez por exceso; o tan sólo porque no supimos como hacerlo mejor.

 


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