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11 de septiembre

El 11 de septiembre en Santiago de Chile y el 11 de septiembre en Nueva York.

 

11 de septiembre de 2011 |EDITORIAL

Las diferencias del 11 de septiembre

En esta edición de Magazín Latino, y cuando se cumplen 38 años del sangriento golpe de estado en Chile quisimos publicar testimonios de los lectores. Y esperamos que nos sigan llegando más relatos, porque todas y cada una de esas historias merece ser contada.
Porque, si no lo contamos quienes estuvimos allí, ¿quién lo va a contar? Fuera de eso, la memoria es frágil, y el paso del tiempo daña, inexorablemente, los recuerdos de la mayoría de nosotros, los mortales.

 

Personalmente, mis recuerdos de ese aciago 11 de septiembre han comenzado a esfumarse, aunque uno que otro texto he guardado, en algún lado. A veces me divierto pensando que un familiar mío, dentro de muchos años, va a querer saber la historia de esa mujer que llegó a este país del norte, proveniente del país del sur, con una "exótica" historia a cuestas. Y que, al menos entonces, alguien va a alegrarse de que ese antepasado haya escrito algo de su historia. "Algo" es siempre más que "nada".

El 11 de septiembre de 1973 yo me encontraba en casa de mi hermano mayor, donde me había mudado al comenzar mis estudios de Sociología en la Universidad de Chile, en Santiago. Tenía 18 años y compartía, junto a mi hermana mayor, una pequeña pieza de madera, al fondo del patio de la casa, ubicada en la comuna de San Miguel.

Los días anteriores habían sido inquietos. Rumores iban y venían, y el ambiente en el país era tenso. En la facultad nosotros, pertenecientes a las Juventudes Comunistas, éramos los "momios" (pertenecientes a la derecha) de la escuela y nos enfrentábamos a duras discusiones, con los trotskistas, maoístas, miristas y otras agrupaciones, más radicales.

Pero al llegar la noche, en nuestra pequeña habitación, lo único que nos preocupaba, a mi hermana y a mí, era el frio. Las discusiones políticas no tenían lugar cuando llegábamos a casa, y cuando el frio del invierno se había apoderado de Santiago.

Al despertar, ese martes 11 de septiembre, mi hermana ya se había ido a su facultad (a diferencia mía, ella sacó su carrera, Enfermería) y yo lo primero que hice fue prender la pequeña radio a pilas, como todas las mañanas. Solo que esta mañana fue diferente, a través del aparato llegó a mis oídos la voz tranquila, inconfundible, pero sumamente seria de nuestro presidente. Medio dormida, no entendía mucho de que se trataba, pero poco a poco fui comprendiendo que lo que tanto temíamos ya había ocurrido. El golpe militar era un hecho, una manga de militares, traicionando al presidente y a la Constitución se había alzado en contra del gobierno, y al parecer la situación no tenía remedio. Cuando escuché decir a Allende que los trabajadores debían irse a sus lugares de trabajo, y los estudiantes a sus escuelas, me despabilé completamente, y me vestí a la carrera, luego de lavarme en el agua heladísima de la pileta del pasillo.

Cuando estaba casi lista para salir, un familiar, una señora de edad muy avanzada, trató de prohibirme que saliera, gritando que era peligroso, que yo no debía ir a ningún lado. Por tres segundos saqué cuentas, ¿a quién debía obedecer, a la familia, o al presidente? Y salí corriendo de la casa, rumbo a la universidad. Cuando el compañero presidente nos llamaba, los estudiantes no lo pensábamos dos veces.

Las horas, y los días siguientes fueron tal vez las peores, para mí y - sobre todo para mis padres - que me han tocado vivir, y que cambiaron por completo el destino de mi vida.

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Este domingo se cumplieron, además, 10 años del ataque a las torres gemelas, en Nueva York. Diez años que se han caracterizado por "la lucha en contra del terrorismo", como la ha llamado George W Bush. En aras de esta lucha, se han cometido muchos atropellos a los derechos humanos, también en Suecia. En un pequeño aeropuerto ubicado cerca de mi casa, Bromma Flygplats, dos ciudadanos egipcios que pedían asilo fueron entregados a la CIA. Se les puso esposas, se les administraron calmantes y, para más comodidad de sus aprehensores, les pusieron pañales para adultos. Más tarde se les trasladó a Egipto, directamente a la cárcel y la tortura. Este hecho representa uno de los episodios más vergonzosos, para Suecia, en tiempos modernos, y ha sido criticado tanto por organizaciones de defensa de los derechos humanos como por las Naciones Unidas.

A pesar que no se le pudo comprobar los cargos de los cuales se le acusaba, uno de los dos ciudadanos egipcios, Ahmed Agiza, pasó diez años en la cárcel y recientemente, gracias a la revolución en Egipto, fue puesto en libertad. Su familia se encuentra en Suecia, por lo tanto, gracias a la ley de reunificación familiar, debería poder obtener permiso de residencia. Sin embargo, el gobierno aún no decide si se le permitirá a Agiza vivir nuevamente con su señora y sus hijos, todos ellos ciudadanos suecos. Tanto el gobierno de la Alianza, como el Partido Socialdemócrata guardan silencio al respecto. El gobierno de derecha negó, hace dos años atrás un permiso de ingreso al país a Agiza, mientras que la decisión de permitir que la CIA operara en territorio sueco, el 13 de noviembre del 2001, fue del gobierno de entonces, la Socialdemocracia.
Este es solo un ejemplo.

El 11 de sept 1973 nos marcó a todos los chilenos. El 11 de sept del 2001 ha hecho del planeta entero un lugar más hostil para vivir. En Suecia los medios de comunicación dieron gran importancia a los diez años del 11 – S, guardando silencio – con excepción de alguno que otro artículo (lease el de Ariel Dorfman) – en uno que otro medio. He visto mucha gente de izquierda, y sobre todo muchos chilenos, molestarse por esto, por el silencio respecto a "nuestro" 11 de septiembre. Que yo sepa ningún medio se acordó que Ana Lindh falleció justamente un 11 de septiembre, después de haber sido acuchillada el día anterior.

Entiendo que no se puede comparar ni el sufrimiento, ni el número de muertos. Y que el 11 – S fue un hecho monstruoso. Para la conmemoración de esta fecha, en USA se leyeron los nombres de las 2977 víctimas, se le dio una identidad a cada una de ellas.

Sin embargo, ¿quién les da identidad a todas las víctimas de "la guerra en contra del terrorismo"?
Estados Unidos controla los grandes consorcios de medios de comunicación de masas a nivel mundial. Y la industria del cine. ¿Cuantas veces no me convencí, cuando niña, a través de las numerosas películas de guerra que se veían, en ese entonces, de que fueron los norteamericanos quienes nos salvaron del nazismo?

Pero, ¿cuáles son las cifras de caídos que se deben manejar, acerca de la segunda guerra mundial? EE.UU tuvo bajas de 400 000 personas, durante esta guerra, todas ellas personal militar. En la Unión Soviética, las pérdidas fueron de 28 millones de personas, la mitad de ellas civiles.
En Irak las pérdidas de civiles ascienden a las 90 000 personas, en Afganistán cada semana se producen nuevas bajas.

Estas son solo cifras, el problema es que detrás de cada una de esas cifras se esconde una tragedia humana, como en cada una de las víctimas del 11 - S.

La gran diferencia es que las víctimas del ataque a las torres gemelas tienen una identidad, pero los muertos en Irak y en Afganistán, por nombrar solo dos países, nunca la tendrán.

 

Marisol Aliaga
Editora responsable

E-mail: editoraaliagao@gmail.com

 

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