Logotipo

Portada Suecia América Latina Mundo Multimedia
 
 
Roque Dalton
Dibujo del poeta salvadoreño Roque Dalton. Foto: Wikimedia.org.
 

10 de mayo de 2015 | CULTURA |

Roque Dalton, el poeta asesinado

Este 10 de mayo de 2015, se cumplen 40 años del asesinato del poeta salvadoreño Roque Dalton, considerado uno de los máximos exponentes de la poesía revolucionaria de América Latina.

En esta crónica, el escritor colombiano Víctor Rojas nos cuenta acerca de su propia forma de familiarizarse con la obra de Roque Dalton. Sobre la muerte del poeta, y sobre el sectarismo, Rojas escribe:

"Cuando supe esto, Roque Dalton dejó de ser para mí el poeta del lenguaje directo, para convertirse en un símbolo político, que habría de asociar para siempre con los dolores que el sectarismo de nuestras izquierdas nos han causado".

 

Por: Víctor Rojas

 

Vine a saber del poeta Roque Dalton en el verano del 84, unos días después de mi arribo al campamento para refugiados políticos de Moheda, en el sur de Suecia. En aquel estío de pronto quedé condenado a escuchar todos los días y a todo volumen, el Poema de amor, interpretado por un grupo salvadoreño que tocaba canciones de protesta, cuyas letras rayaban las fronteras del panfleto.

Los que ampliaron el Canal de Panamá
(y fueron clasificados como “silver roll” y no como “golden roll”),
los que repararon la flota del Pacífico en las bases de California,
los que se pudrieron en las cárceles de Guatemala, México,
Honduras, Nicaragua por ladrones, por contrabandistas,
por estafadores, por hambrientos
los siempre sospechosos de todo
(“me permito remitirle al interfecto por esquinero sospechoso,
con el agravante de ser salvadoreño”),
las que llenaron los bares y los burdeles de todos los puertos
y las capitales de la zona
(“La gruta azul”, “El Calzoncito”, “Happyland”),
los sembradores de maíz en plena selva extranjera,
los reyes de la página roja,
los que nunca sabe nadie de dónde son,
los mejores artesanos del mundo,
los que fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera,
los que murieron de paludismo de las picadas del escorpión
o la barba amarilla en el infierno de las bananeras,
los que lloraran borrachos por el himno nacional
bajo el ciclón del Pacífico o la nieve del norte,
los arrimados, los mendigos, los marihuaneros,
los guanacos hijos de la gran puta,
los que apenitas pudieron regresar,
los que tuvieron un poco más de suerte,
los eternos indocumentados,
los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo,
los primeros en sacar el cuchillo,
los tristes más tristes del mundo,
mis compatriotas,
mis hermanos.

 

Con este poema aprendí que la palabra guanaco era sinónimo de salvadoreño, y que un buen verso se podía lograr con palabras sencillas, que expresaran hechos cotidianos. Sin embargo sería años más tarde, cuando habría de comprender la esencia de la poesía de Roque, quien a pesar de la influencia de Pablo Neruda, contradice el método del poeta chileno y propone en cambio “una poesía que, en lugar de cantar, plantee los problemas, los conflictos, las ideas, que son muchísimo más eficaces que los himnos, para hacer que el hombre cobre conciencia de sus problemas en la lucha de liberación de nuestros pueblos”.

Con el paso de los días sentí necesidad de saber sobre la vida del poeta y su obra. Me daba vergüenza no saber nada del que escribió los versos más politizados de nuestro continente. Entonces, me contaron mis vecinos salvadoreños que Roque había pertenecido a un grupo guerrillero (fanático y extremista) liderado por un joven lampiño, ambicioso y egoísta, y que por discrepancias políticas del poeta con el dirigente, éste ordenó ajusticiar a Roque en nombre del pueblo y de la revolución. Cuando supe esto, Roque Dalton dejó de ser para mí el poeta del lenguaje directo, para convertirse en un símbolo político, que habría de asociar para siempre con los dolores que el sectarismo de nuestras izquierdas nos han causado.

El frío final de Roque me recordó los ajusticiamientos que varias organizaciones de mi patria llevaron a cabo contra sus militantes y que luego justificaron en comunicados o en video-casetes enviados a los noticieros. Y todo porque era necesaria la “erradicación del revisionismo en nuestras filas” o, porque era imperante la “limpieza de infiltrados” o, porque ya era hora de acabar con las “desviaciones ideológicas antagónicas a la línea del Partido”.

En fin... El primer libro que adquirí del inmolado poeta lo compré en la ciudad de Lund, en una librería que llevaba su nombre. Era un poemario de carátula negra con letras rojas: Taberna y otros lugares. Debajo de las letras había dos fotografías suyas, la primera de perfil y la segunda de frente. Después me enteré que esas fotos le fueron tomadas por la policía, la segunda vez que lo llevaron preso. El mismo Roque recuperaría más tarde esas fotos del archivo policial.

En el prólogo del libro se cuenta una anécdota que le pasó en Chile.

Terminada la secundaria, Roque se fue a estudiar a una universidad de Santiago. En esos días, llegó a Chile el pintor Diego Rivera. Entonces intentó entrevistarlo, sin saber a ciencia cierta quién era ese hombre cuya apariencia física recordaba a un batracio. La entrevista no hubiera sido posible si no es porque el muralista mexicano le pregunta primero a Roque:

 

-¿Cuántos años tienes?

-Dieciocho.

-¿Has leído algún libro de Marx?

-No.

-Entonces tienes dieciocho años de ser un imbécil.

 

En este mes se cumplen 80 años de su nacimiento y 40 de su muerte absurda. Durante este tiempo, alrededor de cien mil salvadoreños entregaron, a la fuerza, sus huesos a la tierra. Esa fue la cuenta de cobro que pasó la guerra. Esa cifra hubiera sido al menos objeto de una línea más en el «Poema de Amor», si Roque existiera, si en el río de nuestra esperanza no se hubieran orinado tantos canallas. Pero no, en El Salvador, en el Pulgarcito de América nada ha pasado. “La vida no es muy seria en sus cosas”, escribió un día Juan Rulfo. Tal vez por ello, el poeta Roque Dalton prefería la chifladura a la seriedad.

 

 

Alta hora de la noche

Roque Dalton

Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre
porque se detendrá la muerte y el reposo.

Tu voz, que es la campana de los cinco sentidos,
sería el tenue faro buscado por mi niebla.

Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas.
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.

No dejes que tus labios hallen mis once letras.
Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.

No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto
desde la oscura tierra vendría por tu voz.

No pronuncies mi nombre, no pronuncies mi nombre,
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre.

 

 

 

Vídeo - Poema de amor

 

 

 

Nota anterior:

Gabriela Mistral: “Escribí para no morirme”

 


   
 
 
 
Copyright 2015 © Magazín Latino

All rights reserved.