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Sewell de noche
Consuelo Carrillo Meza en Tierra Santa.
 

19 de abril de 2011 | COLUMNA


Diez días en Tierra Santa
     

Por Consuelo Carrillo Meza

El 1 de Abril volamos cinco horas de Paris a Tel Aviv por la aerolínea Israelí EL AL. Yo veía realizado un viejo sueño y el más ferviente deseo de poder ir algún día a Tierra Santa. En el aeropuerto Ben Gurion nos esperaba Philippe Gyck del kibbout Rosh Pina que amablemente nos condujo a la casa de los esposos Abb , quienes a su vez nos recibieron con el sentimiento innegable y proverbial de la hospitalidad judía. Habíamos llegado felizmente al país, Israel, en el que se han encarnado grandes ideales de la humanidad y se han concretado las ideas más audaces de la civilización. Antes de emprender el viaje, un gozo anticipado había inundado mi corazón y crecía a medida que nos aproximábamos a la Tierra de la Promesa, Tenía la sensación de volver a casa y sentía una profunda alegría ante aquella fraternal bienvenida a un kibbout de Galilea.

El día 2, Joyce preparó para el desayuno rodajas de melón blanco, bananos, kiwis, cereal con leche de soya, pan integral con frutas secas y café. Respirando el bendito aire de la Baja Galilea, emprendimos el viaje para visitar los sagrados lugares tan impregnados de historia y santidad... Estamos en el punto del planeta donde se han conjugado las más venerables riquezas espirituales y naturales del mundo, en el lugar más apreciado tanto para extranjeros como para israelitas. Rumbo al sagrado Mar y a lo largo de la carretera, vislumbramos el Monte Tabor dibujado en el horizonte, Ante su cumbre redondeada el corazón se llena de emoción al pensar que es el Monte donde dicen las Sagradas Escrituras que ante el asombro de tres de sus discípulos, Jesús, su sublime Maestro, perdiendo toda corporeidad se transfiguró en Luz y hasta sus vestiduras resplandecieron y se volvieron más blancos que la misma nieve. Además ese fue también el sitio donde Debora la profetisa, en el tiempo en que Israel fuera gobernado por una mujer, derrotó a Sisara con la ayuda de Barak.
En la cumbre del Monte la Iglesia de la Transfiguración escuchamos el eco de los gritos de victoria de los hombres de las tribus de Neftali y de Zabulon convocados y estimulados por Debora, cuando vencieron a Jabin, pese a sus novecientos carros y a su poderoso ejército comandado por el temible Sisara.

Con un clima tan amable como los habitantes del kibbout, nos aproximamos al Monte de las Beatitudes o de las Bienaventuranzas como es llamado por la cristiandad. Ya había sentido el corazón un místico solaz al vislumbrar desde la carretera el sagrado Mar que fue escenario de los más impresionantes hechos de la vida de Jesús. El ambiente era más caluroso sin ser sofocante, cuando llegamos a la cumbre del monte y el aparcadero estaba lleno de automóviles y de grandes autobuses blancos transportando turistas de todas partes del mundo, en busca de conocimientos sobre sitios interesantes, culturas diversas o simple divertimiento, con cámara fotográfica pendiendo de la mano y una actitud ajena, distante o indiferente de una cultura remota, de profundo significado espiritual que debería ser más que otra cosa, el verdadero motivo de atracción para estar en el santo lugar. Aun cuando todo haya desaparecido, sitios como este están poblados por los personajes que marcaron la historia de la humanidad y son tan reales como los propios amigos que nos acogen y ayudan, ellos están presentes para mostrarnos un modelo y un estilo de vida en el quehacer cotidiano y la espiritualidad. Los segundos ojos los ven sentados en el monte rodeando a Jesús, que ante la bondad del paisaje se inspira para darles la fórmula de la felicidad..

 

Consuelo

 

Frente a numerosos arriates floridos brillando bajo la luz de un fuerte sol, palmeras de dátiles, cipreses romanos y bugambilias, está la iglesia construida sobre un plano octogonal romano que figurar las ocho bienaventuranzas. En el interior, la Orden franciscana reconstruyó la cúpula en 1937 y cada una de las ventanas dispuestas en forma octogonal, esta ornamentada con preciosos vitrales de vivos colores teniendo cada una de ellas grabada en la base una bienaventuranza. La iglesia está construida sobre emplazamientos anteriores en el sitio donde por primera vez Jesús reunió a sus doce discípulos y se ha identificado como el Monte de las Beatitudes por haber sido el lugar en que Él les impartió uno de los mensajes más significativos de la cristiandad. Los ocho versos que refieren los evangelistas Mateo y Lucas, empiezan con la formula « Bienaventurados son los…. » que en la cumbre del monte , a 200 mts. sobre el nivel del Tiberias,y frente a un espléndido y bondadoso paisaje, escucharon absortos y conmovidos los primeros seguidores escogidos por Jesús... . . .

Al salir de la iglesia, a pocos pasos, y por una callecita empedrada, bajamos quietamente con el corazón saturado de ternura al pensar que el mismo sol había alumbrado dos mil años antes los pasos de Jesús. Antes de emprender la ruta al Mar de Galilea, descansamos bajo una platea dispuesta para dar reposo al visitante y contemplamos el hermoso valle que generosamente se extendía a nuestros pies.

Con Joyce tomamos el automóvil para salir a la carretera hacia Tabgha, situada en un valle fértil y rico en fuentes que se extiende en la ribera occidental del Mar de Galilea y donde Jesús encontró a sus primeros cuatro discípulos: Pedro, Andrés su hermano y los dos hijos de Zebedeo (Mr.1-,16 à 20) vimos la casa de Pedro y estuvimos en el lugar en que Jesús realizó el gran milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Los Benedictinos alemanes consagraron este hecho construyendo una iglesia que lleva el nombre del milagro. Almorzamos en un restaurante árabe degustando el más exquisito de los pescados, aderezados con variadas ensaladas frescas y dátiles recién cortados. Justo al salir del restaurante se desató un fuerte viento oriental y salimos rumbo a Capharnaum donde se conservan los restos arqueológicos de la sinagoga en que predicaba Jesús. El recorrido por todos estos santos lugares otorga un carácter de especial devoción para quienes los visitan, sean creyentes o no lo sean. Capharnaum era la ciudad favorita de Jesús, saturada de energía, es el centro de conjunción con lo sobrenatural que en sí, constituye la ventana de la realidad espiritual.

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